La apelación al discurso médico es una constante para analizar lo femenino. En el siglo XVI hay un interés fuerte por la revisión de este tipo de textos (Hipócrates, Galeno). Se multiplican las disecciones de mujeres en los anfiteatros de las facultades y hay un espíritu caritativo que quiere ayudar las en sus afecciones, con el consiguiente beneficio de la ginecología y la obstetricia.
La mujer va a ser definida en función del órgano que le da sentido: el útero. Ahora, "la sensibilidad del útero sustituye al temperamento húmedo para explicar su inferioridad". Ella es un ser enfermizo al que hay que tratar de aliviar para que no se rebele en su condición. Inclusive se le atribuyen a este órgano sentimientos y comportamientos.
El discurso médico se debate entre las carencias de la anatomía, las imprecisiones del lenguaje y los fantasmas a que da lugar el mito del sexo devorador. La definición de la histeria es de por sí llamativa: "enfermedad de las mujeres sin hombre". En ese momento, los médicos no pueden dar cuenta de que ataca por igual al sexo masculino.
Casi todas las mujeres del Renacimiento tienen un fin: la maternidad. El dar a luz y amamantar ocupan su vida. Las diferencias sociales se ven reflejadas en los embarazos; al no dar de mamar las ricas se embarazan más seguido, ya que durante el período de lactancia disminuye la fertilidad .
La mujer de las clases sociales más bajas es nodriza de los bebés de las de posición más elevada. La primera es condenada a la "lactancia perpetua"; la segunda al "embarazo perpetuo". Dice Martín Lutero: "Aunque se agoten y al final mueran de tanto parir, no importa, para eso existen". Vale la pena tomar algún ejemplo: Florentina Antonia Masi, muerta en 1459, a los 59 años, tuvo 36 hijos.
El parto es algo muy temido. Erasmo señala: "¿Cuál mujer se acercaría a un hombre si conociese y tuviese en mente los azarosos trabajos del parto y las desazones de criar los hijos?". Las mujeres que sobreviven al hecho de dar a luz, a menudo ven morir a sus hijos debido a la inmundicia y a la mala alimentación. Sólo entre un 20 y un 50 por ciento de los niños sobrevive a la infancia.
Muchos mueren a causa de la furia de sus padres y del abandono. El infanticidio es común y castigado. El abandono de los hijos parece ser una marca de la Edad Media. A medida que se afirma la familia monógama moderna, los hijos ilegítimos y sirvientes van siendo excluidos del núcleo. Es costumbre de las clases altas entregar niños a madres adoptivas; los varones tienen más suerte, ya que concebir niñas es considerado una desgracia.
El discurso médico se debate entre las carencias de la anatomía, las imprecisiones del lenguaje y los fantasmas a que da lugar el mito del sexo devorador. La definición de la histeria es de por sí llamativa: "enfermedad de las mujeres sin hombre". En ese momento, los médicos no pueden dar cuenta de que ataca por igual al sexo masculino.
Casi todas las mujeres del Renacimiento tienen un fin: la maternidad. El dar a luz y amamantar ocupan su vida. Las diferencias sociales se ven reflejadas en los embarazos; al no dar de mamar las ricas se embarazan más seguido, ya que durante el período de lactancia disminuye la fertilidad .
La mujer de las clases sociales más bajas es nodriza de los bebés de las de posición más elevada. La primera es condenada a la "lactancia perpetua"; la segunda al "embarazo perpetuo". Dice Martín Lutero: "Aunque se agoten y al final mueran de tanto parir, no importa, para eso existen". Vale la pena tomar algún ejemplo: Florentina Antonia Masi, muerta en 1459, a los 59 años, tuvo 36 hijos.
El parto es algo muy temido. Erasmo señala: "¿Cuál mujer se acercaría a un hombre si conociese y tuviese en mente los azarosos trabajos del parto y las desazones de criar los hijos?". Las mujeres que sobreviven al hecho de dar a luz, a menudo ven morir a sus hijos debido a la inmundicia y a la mala alimentación. Sólo entre un 20 y un 50 por ciento de los niños sobrevive a la infancia.
Muchos mueren a causa de la furia de sus padres y del abandono. El infanticidio es común y castigado. El abandono de los hijos parece ser una marca de la Edad Media. A medida que se afirma la familia monógama moderna, los hijos ilegítimos y sirvientes van siendo excluidos del núcleo. Es costumbre de las clases altas entregar niños a madres adoptivas; los varones tienen más suerte, ya que concebir niñas es considerado una desgracia.