La moral burguesa ha puesto en vigor la veneración del éxito y, en consecuencia, el terror al fracaso. En la moral antigua el hombre podía ser vencedor o vencido y en ambos casos era un héroe, pues su dimensión moral y ejemplar no dependía de una situación exterior sino de su comportamiento. Para la moral burguesa lo importante es la evidencia pública de la prosperidad.
Es la opinión de los demás lo que cuenta, es su aclamación lo que nos da la certeza de que no se ha fracasado. Para el fracasado existe algo más terrible que la condena, existe el olvido y el silencio.
Esta adecuación entre finalidad individual y finalidad colectiva ha llegado a considerarse la clave del comportamiento normal y, en consecuencia, del éxito, de modo que la llamada de Erich Fromm para que sea revisado el concepto de normalidad se ha considerado revolucionaria.
Erich Fromm enuncia simplemente que en una sociedad organizada de modo que el sádico pueda ejercer impunemente su sadismo, un hombre normal será un inadaptado. Es, pues, un error grave dar como pauta de normalidad la simple adecuación. Fromm también denuncia el miedo a la libertad, la terrible necesidad que tiene el hombre de sentirse protegido, mandado, obligado a seguir en el redil de la ortodoxia oficial.
Todo ello nos lleva a la conclusión de que la mayoría de los hombres contemporáneos se sienten fracasados cuando se han quedado en el primer peldaño de una ascensión que la sociedad en la cual viven les exige. Y esta situación es vergonzosa porque produce el desprecio de los demás, Cada hombre, cada mujer, pueden fracasar en grados muy distintos y en función del estrato social que les juzga.
Por lo tanto, podemos dudar de los valores absolutos de éxito y fracaso y de su contenido moral, pero no podemos dudar de su existencia. Cuando alguien se siente fracasado, lo es ya, pues su sentimiento es la reacción a la condena de los seres humanos que le rodean.
¿Cuándo se siente fracasada la mujer?
En la sociedad antigua el éxito o el fracaso de una mujer estaban claramente determinados. Una mujer había fracasado al no cumplir con las funciones específicas de su condición de hembra. Una mujer soltera, o una mujer casada y sin hijos, podía considerarse fracasada. Una mujer casada y con hijos podía ser desgraciada, pero nunca fracasada.
Es la opinión de los demás lo que cuenta, es su aclamación lo que nos da la certeza de que no se ha fracasado. Para el fracasado existe algo más terrible que la condena, existe el olvido y el silencio.
Esta adecuación entre finalidad individual y finalidad colectiva ha llegado a considerarse la clave del comportamiento normal y, en consecuencia, del éxito, de modo que la llamada de Erich Fromm para que sea revisado el concepto de normalidad se ha considerado revolucionaria.
Erich Fromm enuncia simplemente que en una sociedad organizada de modo que el sádico pueda ejercer impunemente su sadismo, un hombre normal será un inadaptado. Es, pues, un error grave dar como pauta de normalidad la simple adecuación. Fromm también denuncia el miedo a la libertad, la terrible necesidad que tiene el hombre de sentirse protegido, mandado, obligado a seguir en el redil de la ortodoxia oficial.
Todo ello nos lleva a la conclusión de que la mayoría de los hombres contemporáneos se sienten fracasados cuando se han quedado en el primer peldaño de una ascensión que la sociedad en la cual viven les exige. Y esta situación es vergonzosa porque produce el desprecio de los demás, Cada hombre, cada mujer, pueden fracasar en grados muy distintos y en función del estrato social que les juzga.
Por lo tanto, podemos dudar de los valores absolutos de éxito y fracaso y de su contenido moral, pero no podemos dudar de su existencia. Cuando alguien se siente fracasado, lo es ya, pues su sentimiento es la reacción a la condena de los seres humanos que le rodean.
¿Cuándo se siente fracasada la mujer?
En la sociedad antigua el éxito o el fracaso de una mujer estaban claramente determinados. Una mujer había fracasado al no cumplir con las funciones específicas de su condición de hembra. Una mujer soltera, o una mujer casada y sin hijos, podía considerarse fracasada. Una mujer casada y con hijos podía ser desgraciada, pero nunca fracasada.
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