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sábado, 5 de noviembre de 2011

La Bendición Nupcial


La ceremonia de la boda ha tenido lugar. El banquete no ha sido excesivamente espléndido, pero la familia «ha hecho lo que ha podido». Todos se han ataviado lo mejor posible. La novia, por supuesto, vestía de blanco.

Se ha comido, se ha bebido, se ha bromeado (lo que decíamos, con mejor o peor gusto), y se ha bailado; pero como todo tiene un fin, también la fiesta ha terminado. Los invitados se retiran a sus casas. ¿Y los recién casados? También se retiran. Algunos, inmediatamente, se van ya «de viaje de novios», con lo cual el momento fatídico se retrasa unas horas.

Otros se van directamente a su nueva casa o a un hotel. Tanto da. Más tarde o más temprano acaban por quedarse solos. Y están cansados, nerviosos. No es raro que, recién despedidos de la familia y de los amigos, estalle la primera discusión (de casados, claro). El pretexto es lo de menos. El verdadero motivo es la tensión nerviosa a la que ambos están sometidos.

Puede ser que la novia, totalmente ineducada sexualmente y habiendo oído ciertas historias terribles acerca de lo mal que se lo pasan las mujeres cuando son desfloradas, sienta miedo y rompa a llorar o incluso intente fugarse y volver junto a su familia. (No son muy raros todavía los casos en los que la joven desposada ha de ser puesta en brazos de su marido por sus padres, a los que acude presa de una crisis de nervios.)

Sin embargo, el novio, por lo general, no se siente mucho más tranquilo. Son muchos los que, por así decirlo, «abandonan». Dándose cuenta de que ella está asustada y cansada, y como se sienten también inseguros, piensan que lo mejor es que «no ocurra nada» por el momento. Que al día siguiente, pasada la tensión...

jueves, 3 de noviembre de 2011

El dulce amor en la pareja


TIEMPO DE ESPLENDOR

El noviazgo resulta delicioso, además de constructivo, si la pareja —principalmente el varón— sabe crear y mantener en su relación íntima el clima romántico y siempre vigente del cortejo amoroso.

Para la mujer, el tiempo de su noviazgo está rodeado de un halo de ilusión que ya nunca más volverá a iluminarla. Le esperan mayores dichas sin duda —el matrimonio, la maternidad, el envejecer junto al hombre amado—, pero nunca volverá a sentirse tan dueña del mundo y del amor como en esta época esplendorosa en que el enamoramiento ha cristalizado en un sentimiento profundo de apego y de aceptación de un destino común.

Tradicionalmente la mujer vive en este período el punto culminante de su poder femenino: es cortejada por un hombre y sabe que sólo ella tiene en sus manos el poder de dispensar o negar los favores que el galán solicita.

Por un corto espacio de tiempo la sociedad patriarcal le concede algo que siempre le ha negado: poder decisorio, la alegría de no sentirse un ser disminuido que pasa del poder del padre al del esposo. Le concede el regalo embriagador, y transitorio, de lo que vulgarmente podría llamarse «tener la sartén por el mango». La atención del novio está fijada en ella; y el novio es un varón, que la halaga, la mima y se muestra rendido y completamente entregado a su voluntad.

Si en la sociedad patriarcal la mujer está alienada, al menos durante el noviazgo las presiones paternalistas se suavizan y le es dable manifestarse como alguien más que una eterna «menor»; durante este fugaz período es una persona en el pleno ejercicio de su responsabilidad.

martes, 1 de noviembre de 2011

La Noche de Bodas


Con excesiva frecuencia este delicado asunto ha sido tratado de manera ligera, frivola. Ha sido el tema de numerosos vodeviles y de no pocos chistes de mejor o peor gusto. Y la verdad es que el problema es bastante serio, sobre todo para las mujeres, ya que en esa noche precisamente se decide para muchas de ellas la felicidad o la infelicidad conyugal.

En las sociedades de tipo patriarcal la noche de bodas le convierte en una especie de rito ancestral en que el hombre demuestra su potencia sexual y la mujer pierde la virginidad.

Sin llegar a los extremos de exhibir (el hombre, por supuesto) por el balcón la sábana manchada de sangre en los casos en que se daba por supuesto que la novia era virgen, o de tener que soportar, como nuestros abuelos, una terrible algazara, que duraba toda la noche, en el caso de que contrajera matrimonio con una viuda, lo cierto es que aún hoy esa noche sigue teniendo gran importancia y que está íntimamente ligada a la virginidad de la mujer.

No en vano las novias se siguen vistiendo de blanco —aun en los casos en que, en rigor, y puesto que el color blanco simboliza precisamente la virginidad, debiera vestirse de cualquier otro color— y siguen llevando velos y flores de azahar.

¿Y cuál suele ser la actitud de la mujer ante todo este aparato, ante todo el espectáculo que se ha montado a su costa y en el que sólo faltan el bombo y el platillo? (En ciertos pueblos, y en las bodas de la «gente bien» de la localidad, no falta ni siquiera eso).

Las mujeres, por lo general, lo encajan encantadas. Han sido educadas en la creencia de que la virginidad por sí misma constituye su bien más precioso y que de un simple hecho físico depende que su matrimonio pueda llegar a realizarse, no menos que toda su felicidad futura.

Por eso defienden «su fortaleza» tan encarnizadamente, incluso de su propio deseo y del deseo del hombre al que quieren y que va a convertirse en su marido, convencidas de que, si cediesen a sus presiones, a veces incluso chantajes, podrían ser luego despreciadas por él y tratadas como «una cualquiera», con lo cual se verían frustradas en su mayor —casi única— aspiración: la de convertirse un día en esposas y madres.

lunes, 31 de octubre de 2011

El Noviazgo


¿Por qué los jóvenes de hoy día evitan el poner una etiqueta clasificadora a sus relaciones amorosas? «No somos novios; sólo salimos juntos», responden invariablemente a las indagaciones paternas que tratan de esclarecer, de acuerdo con categorías tradicionales, cuál es la situación sentimental de la pareja y sus posibilidades o propósitos matrimoniales.

Y aquí está el meollo del asunto: las costumbres amorosas han evolucionado rápidamente en esta segunda mitad del siglo xx y uno de sus hechos más significativos es que el enamoramiento y la relación ilusionada entre los dos sexos tiene una serie de manifestaciones, matices y proyecciones difíciles de encuadrar en los cánones vigentes en la precedente generación.

Las jóvenes parejas no se sienten ligadas por lazos formales aun cuando existan entre ellos sentimientos amorosos. Así, de una manera libre y espontánea, se conocen y compenetran al paso que calibran sus mutuas cualidades y defectos, pero siempre libres de ataduras, cuyo rompimiento —además del consiguiente impacto emocional— implicaría conflictos de tipo social y familiar.

Esta libertad les permite cambiar de pareja y adquirir una mayor experiencia en las relaciones humanas sin sujetarse a reglas ni compromisos.

El peligro reside en que esta situación se orienta excesivamente hacia la diversión, pues, libre de responsabilidades y deberes, en ella sólo se compromete una parte de la personalidad. Después de compartir gran número de fiestas, risas, besos, discusiones y estudios, ella y él siguen con una idea harto incompleta sobre el posible acoplamiento de sus respectivas personalidades en el matrimonio.

Una cosa es pasear en coche las noches de primavera o tumbarse en la arena de las playas, retozar y bañarse juntos en el mar, rozarse las bronceadas piernas y mirarse a los ojos... y otra muy distinta saber qué puede sentir el uno hacia el otro cuando en invierno se está pálido y fatigado, cuando se descubren en el otro cónyuge lagunas, deficiencias y reacciones que no tienen nada de románticas; cuando los platos están sin fregar, y las facturas se amontonan...

sábado, 29 de octubre de 2011

Comunión sexual en la pareja


Van de Velde denominaba la unión procreativa «comunión sexual», subrayando con ello la necesidad de que tanto el hombre como la mujer obtengan con este acto una satisfacción recíproca.

Su límite, superado por los estudios fundamentales del sexólogo alemán Oswald Colle, a partir de las experiencias de laboratorio realizadas por Masters y Johnson, consistía en juzgar que esta fusión psicofisica era posible al aplicar el esquema estímulo-reacción.

Olvidando que la habilidad técnica, aunque sea necesaria, no resuelve los problemas de la pareja, tanto por el hecho de que las técnicas eróticas más elaboradas programan racionalmente acontecimientos futuros que a menudo dependen de emociones y tensiones de los instintos, como porque las situaciones humanas, en su variabilidad e innumerabilidad, no pueden ser resueltas simplemente por el concepto según el cual una serie de estímulos eróticos otorgan necesariamente adecuada satisfacción a la pareja.

Edward F. Griffíth confirma la necesidad de una adecuada adaptación psicológica de la pareja, puesto que sólo con el mutuo análisis, el recuerdo del propio pasado, de las propias experiencias negativas y de las propias frustraciones en las diversas épocas de la vida, se evitará la reaparición de aquellos obstáculos que parecen superados cuando únicamente han sido reprimidos.

La pareja unida de un modo positivo es, por lo tanto, la matriz de futuras parejas destinadas a ser felices.

jueves, 27 de octubre de 2011

Los Galanes



El flirt es una relación entre un hombre y una mujer que se sienten recíprocamente atraídos y que, deportivamente, «juegan al amor». Para que el flirt se produzca tiene que existir un tácito acuerdo de intrascendencia.

El flirt no se propone ningún fin; su perfección consiste en su incapacidad de perfección. Esto lo distingue del galanteo. Tienen en común la necesidad de sentirse en un medio social puritano en el cual los eufemismos sean moneda corriente y cuya opulencia haga posible el ocio.

Pero así como el galanteo alimenta una pasión y se propone alcanzar la satisfacción del deseo que la impulsa, ü flirt exige un grado suficiente de frialdad que compense el deseo y anule toda finalidad.

El medio ambiente idóneo para el galanteo fue la sociedad francesa sociológicamente católica y libertina. El flirt, en cambio, surgió en la sociedad anglosajona —concretamente, la norteamericana—, con una base de profundo puritanismo y el propósito de emanciparse de la ley severa sin auténtico riesgo. En ambas actitudes el amor entra en juego para ser atraído y rechazado, para convertirlo en placer fugaz.

Pero así como en el galanteo del libertino existe un proceso de seducción que lleva consigo el concepto de transgresión, en el flirt no hay seductor ni seducida, no sólo porque el flirt no conduce a ninguna solución, sino porque la mujer establece su condición de igualdad con el hombre.

A pesar de todas estas distinciones, el sentido del flirt y sus diversas ramificaciones no se nos aparecerá claro si no tratamos de esclarecer, en un rápido itinerario, las fases de la relación amorosa, sus ritos, su lenguaje literario, su magia y, en definitiva, su teatralidad.

Para que aparezca la dialéctica amorosa, es decir, para que exista un espacio de tiempo entre la elección del enamorado y la correspondencia y la aceptación de la enamorada, y viceversa, es necesario que el amor encuentre dificultades. El flechazo mutuo, el «yo te quiero, tú me quieres», no tiene historia. Si Romeo y Julieta no hubieran pertenecido a unas familias enemigas, se hubieran casado al cabo de pocos días del famoso baile y la historia de amor por excelencia no hubiera existido.

martes, 25 de octubre de 2011

Casamentera y Celestina


Llámase casamentera aquella mujer habilidosa en concertar matrimonios. Suele ser una persona de mediana edad, soltera, casada o viuda, aunque lo más corriente es que su entusiasmo derive de una experiencia social-mente feliz.

La casamentera conoce, o ha conocido, las ventajas del matrimonio y está convencida de que de su propia experiencia ha sacado los conocimientos suficientes para descubrir las cualidades que hacen una pareja perfecta. No hay que confundir la casamentera con la celestina, que describiremos más adelante.

La casamentera no confunde las relaciones matrimoniales con las amorosas, y generalmente no se mueve por espíritu de lucro. Sabe, sin necesidad de llegar a definiciones, que no le interesan, que el matrimonio es una institución que sirve de base a una sociedad bien estructurada, que ella aprueba. Es una mujer ordenada, conservadora, de una ortodoxia a toda prueba, y las personas solteras la angustian como ejemplo de desorden, y, en consecuencia, de inmoralidad.

La casamentera no es una mujer vulgar, posee cualidades de creación y de mando que su condición de hija y de esposa obediente no le ha permitido encauzar. Su vida reducida al ámbito del hogar no le basta, y, aunque no se da cuenta de ello, necesita una proyección pública de sus actividades y el aplauso de la sociedad.

La casamentera no actúa por interés inmediato. Si es madre de muchas hijas, se dedicará a ellas primero, naturalmente; pero una vez resuelto el problema familiar se preocupará de encontrar marido a las demás mujeres que la suerte le pone al alcance. La casamentera concibe su actividad como un arte y se siente tanto más feliz y entusiasmada cuanto más crecen las dificultades. El honor más alto es lograr que un soltero recalcitrante ceda a sus instancias de matrimonio.

Porque la casamentera sabe muy bien que tiene como beneficiaría la mujer, por la sencilla razón que las normas sociales han desprovisto a la mujer de todo poder para decidir su futuro. Su habilidad requiere un agudo sentido de observación, un agudo sentido práctico y un escepticismo amable y contemporizador. No espera mucho de los seres humanos, sabe que la plena felicidad no es alcanzable, y que la comodidad y el acuerdo con el medio ambiente la sustituyen con ventaja.

domingo, 23 de octubre de 2011

Amantes


Los amantes célebres son famosos en la medida en que chocan con las prohibiciones, pero principalmente en la medida en que la oposición les permite analizar y declamar el amor. Como es lógico, pues, la dialéctica amorosa se desarrolla al margen del matrimonio.

Esto no quiere decir que no existan historias de matrimonios enamorados, pero predominan las historias de matrimonios ejemplares, y en ellas lo que se nos muestra como .admirable es la fidelidad, o la paciencia, virtudes ajenas a la pasión amorosa.

El análisis de la pasión amorosa adquiere su máximo esplendor en los albores del Renacimiento, y los poetas del dolce stil nuovo recogen la tradición del amor cortés.

El amor cortés es el antecedente lejano del flirt. En las prósperas y lujosas cortes de Provenza, la declaración amorosa, pública y poética, era un lujo más que el señor de la casa pagaba y la señora recibía en homenaje. Un trovador fielmente enamorado de la dama era lo que en lenguaje moderno llamaríamos un signo exterior de riqueza.

El canon amoroso del amor cortés exigía la frialdad altiva de la señora y la sumisión desesperada y constante del poeta enamorado. El convenio no podía romperse, ya que entonces la dialéctica amorosa desaparecía.

El apasionado poeta debía poner todo su ingenio para expresar su amor y al mismo tiempo exaltar el frío desdén de la que lo recibía, y, con su comportamiento, la señora tenía que merecer el poético homenaje y expresar con su silencio y sus miradas que apreciaba el arte amoroso sin corres-ponderlo.

viernes, 21 de octubre de 2011

El Egoismo en la pareja


Estas posibilidades, investigadas en laboratorio por Johnson y Masters, revelan la necesidad de que las parejas aprendan a conocerse gradualmente y recuerden los complejos vínculos existentes entre amor y sexualidad.

Ello implica, como han podido observar las modernas escuelas analíticas, la superación de la fase infantil en la que la satisfacción es un hecho egocéntrico. El individuo adulto debe saber que la unión de dos personas comprende la consecución del más elevado grado de madurez; por lo tanto, el egoísmo entendido como satisfacción limitada a los propios sentidos es un infantilismo con peligrosas repercusiones en la vida cotidiana.

Por su parte, el altruismo no debe ser entendido como pasiva sumisión a la voluntad ajena, como docilidad renunciadora, sino como la búsqueda, entre los dos, de la felicidad conyugal, recordando que los eventuales obstáculos pueden ser superados fácilmente siempre y cuando no sean dramatizados. Al hablar de un caso de desadaptación de una pareja, Oswald Colle afirma textualmente: «Toda pareja necesita un cierto período de adaptación hasta que los deseos sexuales y los hábitos de cada uno hayan alcanzado una confianza capaz de satisfacer a ambos.»

Este período de adaptación no depende tanto de la adquisición de técnicas eróticas refinadas como de la necesidad de conocerse y satisfacerse. Esta superación de la fase narcisística vuelve a ser expresada perfectamente por Colle: «Amar es algo más que sentir el placer del propio cuerpo; es el hecho de volverse hacia el "tú", significa que dos personas se convierten en un "nosotros" y que, en realidad, éstas se entregan y se aceptan totalmente y no sólo en el aspecto sexual

En estas afirmaciones cabe reconocer el espíritu de Wilhelm Reich, quien consideraba el acto sexual como una suprema fusión de la pareja con el Universo. Hoy está demostrado científicamente que el acto sexual implica y abarca toda la esfera psicofisica, por lo que, muy lejos de ser un momento negativo en el ámbito de la vida del hombre, es un momento de libre creatividad, un juego dichoso y una resolución de tensiones.

Si todo esto no sucede en el primer encuentro, cosa que es normalísima, conviene que los cónyuges discutan libremente esta cuestión, que traten de comprenderse y de abandonar remotos tabúes, y que, gradualmente y una vez superada toda reserva egoísta, se unan realmente tanto en lo psíquico como en lo físico.

jueves, 20 de octubre de 2011

Pedicuría en Mujeres


Realmente, pocos de nosotros tenemos los pies acerca de los cuales se construyen los fetichismos. Pero esto no es razón para andar dando vergüenza.

De acuerdo con la mayor parte de los pedicuros, la norma es que uno describa sus propios pies como de apariencia terrible. Y aunque los expertos, muy amablemente, culpan al hecho de que la mayoría de nosotros no estamos acostumbrados a mirar nuestros pies, también nos hacen notar, que luec: de mimarlos un poco, tendemos a tratarlos mejor.

Esto es así porque un poco de atención puede hacer que los pies parezcan y se sientan mil veces mejor. El secreto está en tomarse el tiempo necesario para lo que los profesionales llaman una necesidad, pero el cliente considera un lujo.

Como atracción, algunos salones de pedicuría ofrecen ahora "pedicuría del depara De todos modos, la terapia que brinda un podólogo esa tratamiento popular para quienes quieren dar a sus pies una atención bien merecida. Sin importar mucho q i nombre le damos, mimar nuestros pies será siempre tarea del pedicuro.