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martes, 14 de febrero de 2012

El Noviazgo y las Bodas


Pero no todo son rosas en este efímero reinado femenino. Antes lo decíamos: en el noviazgo la mujer tiene la facultad de conceder o negar sus favores al galán. Y aquí está el problema: «¿Hasta dónde puedo "llegar" con mi novio... ?»

Esta es la pregunta latente en todas las muchachas que mantienen relaciones más o menos formales con un joven. Y buena prueba de ello son las miles de cartas que sobre este tema se reciben en los populares «correos sentimentales».

Según la más estricta moral puritana, la novia debía llegar al matrimonio no sólo virgen sino también absolutamente ignorante de la realidad sexual. La principal muestra de su castidad residía en la firmeza y en la habilidad para guardar la «cindadela».

 El varón que no podía obtener —ni su caballerosidad se lo permitía— el menor favor de su prometida, debía buscar fuera del noviazgo —generalmente, muy largo— la satisfacción de sus necesidades sexuales, precisamente originadas por la relación amorosa y sentimental con la mujer amada... pero intocable.

Hoy este modo de proceder es objeto de «contestación»; en nuestro mundo moderno, con sus masivos medios de comunicación e información, es absurdo pensar que se puede mantener a una joven en la más absoluta ignorancia de las realidades sexuales. Por otra parte, la mayor igualdad de derechos y deberes exige que la fidelidad, y, por ende, la abstención, sean practicadas por los dos componentes de la pareja.

El hombre ha abdicado muchas de sus prerrogativas y es natural que exija a su «novia» una mayor entrega y un mayor conocimiento. Hoy que los novios planean de una manera mucho más constructiva y conjunta su porvenir matrimonial, ¿van a dejar en el terreno de la incógnita una faceta tan decisiva de la vida conyugal como es la relación sexual?

Esta es una realidad perentoria. Y muchos matrimonios han fracasado por ignorar y eliminar deliberadamente durante su ilusionado noviazgo todo enfrentamiento con la posibilidad de una ulterior incomprensión en el terreno de la sexualidad; pero aún perduran muchos vestigios de rígidas costumbres anacrónicas, y si bien en teoría todos comprenden la necesidad de una instrucción y educación sexual previa al matrimonio, en la práctica siguen vigentes muchas restricciones que actualmente ya carecen de justificación.

«Ceder», «claudicar», «resistir»... Mientras no se borren estos vocablos conformistas del lenguaje de los enamorados y no sean sustituidos por «conocimiento», «responsabilidad» y «lealtad», la estratégica defensa de la «ciudadela» seguirá siendo para la mujer, igual ahora que en los viejos tiempos, un arma y un medio de elevar su precio en el mercado del matrimonio, en el que ella sigue siendo un objeto cotizable.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Las dos caras del Noviazgo


Tan sólo con la maravilla del pleno enamoramiento comienza a tomar cuerpo la idea de estar el uno destinado al otro y apuntan unos propósitos matrimoniales en la «informal» relación amorosa.

Si bien la juventud no gusta de rótulos que clasifiquen y encorseten sus sentimientos, el hecho mismo de mantener y prolongar esta situación —llámesela como se quiera— durante la cual el atractivo sexual se ha sublirnado en una voluntad de acercamiento e identificación con el otro miembro de la pareja, presupone un deseo de agradarse mutuamente y de aprehender la esencia vital del compañero.

Aunque los jóvenes actuales no lo reconozcan, esta situación tiene todas las caracteristicas del noviazgo a la antigua usanza.

El noviazgo, como toda situación humana, es complejamente ambiguo y tiene sus aspectos positivos y negativos. Tomemos como ejemplo este mismo deseo de agradar al compañero mostrando lo mejor de uno mismo. ¿Su reverso?: el frecuentísimo e inconsciente engaño.

Tanto él como ella desean concordar con la imagen ideal que ella y él se han forjado, quieren identificarse con esa personalidad utópica por perfecta, y para ello tratan de reprimir y paliar, cuando no esconder, los defectos, inclinaciones, hábitos y gustos que no correspondan a aquel ejemplar modelo de enamorado y enamorada.

El novio se afana en obsequiar a la muchacha, a veces con regalos e invitaciones que no corresponden a su real situación económica, y esconde, por ejemplo, su falta de valor. Ella finge un interés que no siente por las aficiones culturales o deportivas del muchacho y reprime, por ejemplo, su carácter violento y dominador... Resultado: son insinceros con su pareja y se engañan a sí mismos, ya que la verdadera personalidad resurge impetuosa a los pocos meses de la vida conyugal.

Bien es verdad que en numerosas ocasiones la fuerza del amor ha convertido la ficción en realidad. ¡Cuántos hombres han llegado a realizar auténticas proezas espirituales o materiales tan sólo por no defraudar a su amada...! Y más de una mujer se ha instruido o ha dado un total cambio a su vida y a su mentalidad para quedar a la altura en la que su ilusionado amante la tenía situada.

Pero no debe olvidarse nunca que en la vida matrimonial es difícil mantenerse perennemente sobre un pedestal.

Si bien en el «noviazgo» actual existe el peligro de un exceso de diversión que empuja al escapismo y a la irresponsabilidad, debemos reconocerle la notable ventaja de ofrecer —gracias a las costumbres de la sociedad moderna e incluso a los mismos medios de diversión— muchas más oportunidades a los jóvenes de ambos sexos para convivir sin trabas: viajes, excursiones, estudios, trabajo... Los enamorados tienen ocasiones sobradas para tratarse no sólo en calidad de tales, sino también como camaradas y amigos.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El dulce amor en la pareja


TIEMPO DE ESPLENDOR

El noviazgo resulta delicioso, además de constructivo, si la pareja —principalmente el varón— sabe crear y mantener en su relación íntima el clima romántico y siempre vigente del cortejo amoroso.

Para la mujer, el tiempo de su noviazgo está rodeado de un halo de ilusión que ya nunca más volverá a iluminarla. Le esperan mayores dichas sin duda —el matrimonio, la maternidad, el envejecer junto al hombre amado—, pero nunca volverá a sentirse tan dueña del mundo y del amor como en esta época esplendorosa en que el enamoramiento ha cristalizado en un sentimiento profundo de apego y de aceptación de un destino común.

Tradicionalmente la mujer vive en este período el punto culminante de su poder femenino: es cortejada por un hombre y sabe que sólo ella tiene en sus manos el poder de dispensar o negar los favores que el galán solicita.

Por un corto espacio de tiempo la sociedad patriarcal le concede algo que siempre le ha negado: poder decisorio, la alegría de no sentirse un ser disminuido que pasa del poder del padre al del esposo. Le concede el regalo embriagador, y transitorio, de lo que vulgarmente podría llamarse «tener la sartén por el mango». La atención del novio está fijada en ella; y el novio es un varón, que la halaga, la mima y se muestra rendido y completamente entregado a su voluntad.

Si en la sociedad patriarcal la mujer está alienada, al menos durante el noviazgo las presiones paternalistas se suavizan y le es dable manifestarse como alguien más que una eterna «menor»; durante este fugaz período es una persona en el pleno ejercicio de su responsabilidad.

lunes, 31 de octubre de 2011

El Noviazgo


¿Por qué los jóvenes de hoy día evitan el poner una etiqueta clasificadora a sus relaciones amorosas? «No somos novios; sólo salimos juntos», responden invariablemente a las indagaciones paternas que tratan de esclarecer, de acuerdo con categorías tradicionales, cuál es la situación sentimental de la pareja y sus posibilidades o propósitos matrimoniales.

Y aquí está el meollo del asunto: las costumbres amorosas han evolucionado rápidamente en esta segunda mitad del siglo xx y uno de sus hechos más significativos es que el enamoramiento y la relación ilusionada entre los dos sexos tiene una serie de manifestaciones, matices y proyecciones difíciles de encuadrar en los cánones vigentes en la precedente generación.

Las jóvenes parejas no se sienten ligadas por lazos formales aun cuando existan entre ellos sentimientos amorosos. Así, de una manera libre y espontánea, se conocen y compenetran al paso que calibran sus mutuas cualidades y defectos, pero siempre libres de ataduras, cuyo rompimiento —además del consiguiente impacto emocional— implicaría conflictos de tipo social y familiar.

Esta libertad les permite cambiar de pareja y adquirir una mayor experiencia en las relaciones humanas sin sujetarse a reglas ni compromisos.

El peligro reside en que esta situación se orienta excesivamente hacia la diversión, pues, libre de responsabilidades y deberes, en ella sólo se compromete una parte de la personalidad. Después de compartir gran número de fiestas, risas, besos, discusiones y estudios, ella y él siguen con una idea harto incompleta sobre el posible acoplamiento de sus respectivas personalidades en el matrimonio.

Una cosa es pasear en coche las noches de primavera o tumbarse en la arena de las playas, retozar y bañarse juntos en el mar, rozarse las bronceadas piernas y mirarse a los ojos... y otra muy distinta saber qué puede sentir el uno hacia el otro cuando en invierno se está pálido y fatigado, cuando se descubren en el otro cónyuge lagunas, deficiencias y reacciones que no tienen nada de románticas; cuando los platos están sin fregar, y las facturas se amontonan...