Cortan la espontaneidad
Quienes no tienen una pareja estable, confiable, sana y segura, deberán echar a mano a otras alternativas. En esos casos, debe privilegiarse un método de barrera que impida el posible contagio de una enfermedad sexualmente transmisible. Muchos hombres y mujeres rechazan o prefieren evitar el uso de preservativos. Argumentan su menor seguridad en el plano anticonceptivo y se quejan de que son incómodos y restan espontaneidad.
Este rechazo se debe, en general, al hecho de que requieren "premeditación". Un atavismo ancestral quizás actúe a nivel inconsciente y cree conflictos en las personas que no están totalmente convencidas de la licitud del sexo sin fines reproductivos.
Es poco probable que un determinado anticonceptivo pueda distorsionar las relaciones sexuales de la pareja.
La cultura asigna a los rituales del hombre connotaciones antinaturales. Por ejemplo, la ropa oculta el cuerpo e impide la satisfacción inmediata del deseo sexual. Por eso suele ero-tizarse el simple acto de desvestirse, convirtiéndolo en un estímulo sexual.
Deben modificarse los prejuicios hacia algunos métodos anticonceptivos. En lugar de vivir la colocación del preservativo como un hecho incómodo, que interrumpe el juego amoroso, hay que incluir este acto dentro de los rituales sexuales y aprender a disfrutarlo.
Muchos hombres esgrimen la excusa de que les resta sensibilidad. Esto -que puede ser cierto en determinados casos-es de mínima importancia, ya que sólo puede ocurrir al comienzo de su uso. Poco a poco, las terminaciones nerviosas del pene se acostumbran a traspasar la "barrera" del látex, ignorando su existencia. Algo similar a lo que les ocurre a los cirujanos: si no adquiriesen una sensibilidad creciente en las extremidades de los dedos, nunca lograrían operar correctamente utilizando guantes de látex.
A veces, la mala disposicón previa actúa en forma negativa y malogra la experiencia sexual.
Quienes no tienen una pareja estable, confiable, sana y segura, deberán echar a mano a otras alternativas. En esos casos, debe privilegiarse un método de barrera que impida el posible contagio de una enfermedad sexualmente transmisible. Muchos hombres y mujeres rechazan o prefieren evitar el uso de preservativos. Argumentan su menor seguridad en el plano anticonceptivo y se quejan de que son incómodos y restan espontaneidad.
Este rechazo se debe, en general, al hecho de que requieren "premeditación". Un atavismo ancestral quizás actúe a nivel inconsciente y cree conflictos en las personas que no están totalmente convencidas de la licitud del sexo sin fines reproductivos.
Es poco probable que un determinado anticonceptivo pueda distorsionar las relaciones sexuales de la pareja.
La cultura asigna a los rituales del hombre connotaciones antinaturales. Por ejemplo, la ropa oculta el cuerpo e impide la satisfacción inmediata del deseo sexual. Por eso suele ero-tizarse el simple acto de desvestirse, convirtiéndolo en un estímulo sexual.
Deben modificarse los prejuicios hacia algunos métodos anticonceptivos. En lugar de vivir la colocación del preservativo como un hecho incómodo, que interrumpe el juego amoroso, hay que incluir este acto dentro de los rituales sexuales y aprender a disfrutarlo.
Muchos hombres esgrimen la excusa de que les resta sensibilidad. Esto -que puede ser cierto en determinados casos-es de mínima importancia, ya que sólo puede ocurrir al comienzo de su uso. Poco a poco, las terminaciones nerviosas del pene se acostumbran a traspasar la "barrera" del látex, ignorando su existencia. Algo similar a lo que les ocurre a los cirujanos: si no adquiriesen una sensibilidad creciente en las extremidades de los dedos, nunca lograrían operar correctamente utilizando guantes de látex.
A veces, la mala disposicón previa actúa en forma negativa y malogra la experiencia sexual.