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sábado, 24 de septiembre de 2011

Mascarillas


Cuando vemos el rostro de una mujer podemos notar el cuidado que ella brinda a su piel, y uno de los secretos para mantener la piel sana y fresca es utilizar una mascarilla facial de buena calidad.  Tan sólo el buen uso de tal producto hará la diferencia y no sólo visualmente hablando ya que una misma se sentirá mejor. 

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viernes, 23 de septiembre de 2011

Pérdidas en la Menstruación


Examinaremos aquí las principales características de la menstruación, es decir:

1) su duración;

2) la cantidad de sangre perdida, y

3) el período de tiempo que transcurre entre dos reglas sucesivas.


1) La duración de la menstruación varía mucho de una mujer a otra, pero es casi siempre constante, con ligeras variaciones, en una misma mujer. Habitualmente dura de tres a seis días, siendo sus límites normales de uno a dos como mínimo y de ocho a diez como máximo. La media es, pues, de cuatro a ocho días.

2) La cantidad de sangre perdida se valora en cifras muy variables según los autores. En general se admite una media de 40 centímetros cúbicos, con variaciones entre 9 cm3 y 200 cm3. En la mujer esta cantidad puede ser controlada (con la imprecisión que el método comporta) computando los apositos que utiliza cada día, cuyo número, generalmente, es siempre igual para cada una de ellas. En tal sentido, la cantidad de apositos usados diariamente es de tres a cinco, encontrándose mujeres con escasa pérdida que sólo precisan uno, mientras otras necesitan como máximo siete u ocho. Aunque estas variaciones están ligadas a la capacidad de absorción de los apositos usados, para la mujer que los utiliza no es difícil constatar si la cantidad de sangre perdida varía de una regla a otra.

3) La duración del ciclo menstrual queda determinado por el número de días transcurridos entre el comienzo de una regla y el de la siguiente. Desde muy antiguo se sabe que el ciclo menstrual de la mujer tiene una duración habitual de veintiocho días, pero existen variaciones muy amplias de mujer a mujer, pudiéndose distinguir dos grupos: en el primero los ciclos tienen tendencia a ser cortos (veintiuno a veinticinco días), y en el otro particularmente largos (treinta y cinco a cuarenta y cinco días).

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La Mujer en la Edad Media


La apelación al discurso médico es una constante para analizar lo femenino. En el siglo XVI hay un interés fuerte por la revisión de este tipo de textos (Hipócrates, Galeno). Se multiplican las disecciones de mujeres en los anfiteatros de las facultades y hay un espíritu caritativo que quiere ayudar las en sus afecciones, con el consiguiente beneficio de la ginecología y la obstetricia.
La mujer va a ser definida en función del órgano que le da sentido: el útero. Ahora, "la sensibilidad del útero sustituye al temperamento húmedo para explicar su inferioridad". Ella es un ser enfermizo al que hay que tratar de aliviar para que no se rebele en su condición. Inclusive se le atribuyen a este órgano sentimientos y comportamientos.

El discurso médico se debate entre las carencias de la anatomía, las imprecisiones del lenguaje y los fantasmas a que da lugar el mito del sexo devorador. La definición de la histeria es de por sí llamativa: "enfermedad de las mujeres sin hombre". En ese momento, los médicos no pueden dar cuenta de que ataca por igual al sexo masculino.

Casi todas las mujeres del Renacimiento tienen un fin: la maternidad. El dar a luz y amamantar ocupan su vida. Las diferencias sociales se ven reflejadas en los embarazos; al no dar de mamar las ricas se embarazan más seguido, ya que durante el período de lactancia disminuye la fertilidad .

La mujer de las clases sociales más bajas es nodriza de los bebés de las de posición más elevada. La primera es condenada a la "lactancia perpetua"; la segunda al "embarazo perpetuo". Dice Martín Lutero: "Aunque se agoten y al final mueran de tanto parir, no importa, para eso existen". Vale la pena tomar algún ejemplo: Florentina Antonia Masi, muerta en 1459, a los 59 años, tuvo 36 hijos.

El parto es algo muy temido. Erasmo señala: "¿Cuál mujer se acercaría a un hombre si conociese y tuviese en mente los azarosos trabajos del parto y las desazones de criar los hijos?". Las mujeres que sobreviven al hecho de dar a luz, a menudo ven morir a sus hijos debido a la inmundicia y a la mala alimentación. Sólo entre un 20 y un 50 por ciento de los niños sobrevive a la infancia.

Muchos mueren a causa de la furia de sus padres y del abandono. El infanticidio es común y castigado. El abandono de los hijos parece ser una marca de la Edad Media. A medida que se afirma la familia monógama moderna, los hijos ilegítimos y sirvientes van siendo excluidos del núcleo. Es costumbre de las clases altas entregar niños a madres adoptivas; los varones tienen más suerte, ya que concebir niñas es considerado una desgracia.

martes, 20 de septiembre de 2011

Molestias y dolor en el Período


Durante la menstruación la mujer puede experimentar diversas alteraciones generales, que se caracterizan por presentarse pocos días antes y durante los primeros días de la regla, y que desaparecen totalmente una vez concluida ésta. Tales alteraciones son en general benignas y sin importancia médica alguna, y se presentan en el 40 ó 50 por 100 de las mujeres, principalmente en las jóvenes. Es frecuente constatar la mejoría de las molestias, y a veces su desaparición, al restablecerse nuevamente las reglas después del parto.

Las molestias en las glándulas mamarias son frecuentes y de intensidad variable. Consisten en pequeños dolores debidos al aumento de tensión y consistencia de estas glándulas, y a veces en un aumento de la sensibilidad de las aréolas mamarias. Los signos abdominales consisten en una sensación de hinchazón del vientre, con molestias de pesadez en el abdomen. Desde el punto de vista general, suele presentarse un malestar que puede concretarse en sensación nauseosa, apatía y nerviosismo.

Estos síntomas se encuentran en casi todas las mujeres, y pueden darse aislados o conjuntamente. Constituyen un motivo de consulta médica sólo cuando adquieren una intensidad y duración prolongadas.

Se llama dismenorrea el dolor que afecta la parte baja del abdomen y ambas zonas lumbares durante la menstruación o bien inmediatamente antes que ésta desaparezca. Este fenómeno representa un síntoma y no una enfermedad, y se conoce su existencia desde hace muchos años: la dismenorrea es tan vieja como el mundo. Los primeros relatos sobre esta alteración fueron escritos por los hindúes diez siglos antes de nuestra era.

Esta afección, de poca trascendencia para la salud, es suficiente para requerir un tratamiento médico, pues los dolores percibidos son por lo común intensos, y generalmente no desaparecen hasta que la mujer tiene su primer parto.

Ciertas mujeres acusan, alrededor de catorce días después de la menstruación, una ligera molestia en uno de los dos lados del abdomen. Contrariamente al caso anterior, en éste no se precisa la visita del médico: estas molestias se producen en el ovario a causa de la expulsión del óvulo, constituyendo la llamada «ovulación sensible».

lunes, 19 de septiembre de 2011

Moda y Exigencias de la Mujer


A partir de este momento el gusto deja de ser representativo de una categoría personal, deja de significar riqueza y suntuosidad, para convertirse en un valor más individual con el que se expresa la propia personalidad. Poco a poco nace el buen gusto.

El buen gusto surge en una sociedad cuya clase rectora tiene las siguientes características: la inestabilidad, el fundamento de su poder en la exclusiva riqueza, y el lujo como expresión de este poder.

En el complejo social que inicia nuestra sociedad contemporánea se crea el arte de la ascensión social. Las riquezas adquiridas dan derecho a ocupar las primeras filas en la vida pública, y, por lo tanto, el simple lujo puede evidenciar al advenedizo y ser motivo de burla. Así, lo que caracteriza a una clase rectora con solera y derecho al dominio es su buen gusto, el uso acertado y hasta discreto de la riqueza que posee. La fastuosidad cobra tintes de discreción y el esplendor se revela más en el cambio de indumentaria, en la sorpresa y en la originalidad, que en la riqueza de lo que se exhibe.

La mujer recibe en cierto modo la primacía de este alarde de buen gusto. La mujer, en la nueva clase, es el exponente exterior de riqueza y poder, y en su indumentaria, en el aderezo de la casa, en el influjo que ejerce sobre quienes la rodean se nace visible su buen gusto. El buen gusto tiene como misión gastar millones sin que se note. Una mujer de buen gusto —recordemos que los grandes magazines la han citado a menudo— es Jacqueline Kennedy. Jamás la hemos visto luciendo galas suntuosas. En apariencia sus trajes pueden salir de un prét-á-porter, su peinado es el de un sin fin de mujeres, en algunos momentos casi ha parecido que repetía hasta la saciedad un mismo modelo de sombrero y de traje.

A pesar de todo sabemos que tiene millones en joyas, perfumes a raudales pieles para llenar un tren. Pero esta mujer, que no es hermosa ni especialmente inteligente, sabe utilizar todos los elementos que la riqueza pone a su disposición, combinándolos de modo que no se sepa de dónde proviene su aire de seguridad y que la fingida sencillez sea difícilmente imitable.

El buen gusto exige, pues, una deliberación personal y una cierta teatralidad preparada. El buen gusto elabora también un prestigio, una fama. La mujer de buen gusto sabe que en un momento dado, si decide ponerse alguna prenda hasta cierto punto extravagante, quienes la contemplan decidirán sin vacilar que si ella se lo pone es de buen gusto.

El buen gusto crea una atmósfera. La mujer de buen gusto no sólo se ocupa de su indumentaria. El arte de mantener, modificar, y hacer viva una casa con pequeños cambios y con una permanente gracia forma parte de su actividad. El buen gusto se extiende en el arte de recibir invitados, de saber siempre el momento en que debe hacerse la invitación, en la combinación de comensales, en la comida que se sirve, que no sólo será abundante.

El buen gusto se detiene en el umbral de la amabilidad. No se adentra en los dominios de la belleza, no juzga un cuadro, ni un poema, ni una gran empresa. El buen gusto no tiene que aventurarse nunca más allá de lo que causa placer. En realidad tiene el influjo de una sonrisa.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Higiene de la Mujer


Siempre que se hable de higiene será importante tener en cuenta que no se refiere simplemente al aseo corporal de la persona, sino que tiene como principal objetivo la conservación y mejoramiento de la salud individual y colectiva.

La higiene del hombre se refiere tanto a las actitudes que favorecen una mejor conservación física de su organismo como a los procesos que mejoran sus relaciones colectivas. En el tema concreto que nos ocupa, las medidas higiénicas tienden a mejorar espiritual y físicamente la relación sexual.

El aseo personal del varón merece una atención especial en lo concerniente a cierta particularidad de su aparato genital, constituido por la piel que rodea y cubre el glande. Este repliegue de la epidermis, llamado prepucio, puede normalmente retraerse dejando al descubierto el glande. Se comprenderá que para que esto sea posible, el diámetro del orificio del prepucio ha de ser ligeramente mayor que el diámetro del glande.

Cuando ello no ocurre, el prepucio no puede deslizarse, impidiéndose así que el glande quede al descubierto. Esta anomalía no supone malformación congénita alguna y recibe el nombre técnico de fimosis. Se presenta con bastante frecuencia, y la forma de corregirla es un tratamiento quirúrgico que consiste en la ampliación o exéresis del prepucio.

Algo semejante es la llamada parafimosis. En este caso, el orificio del prepucio es suficientemente amplio para permitir el deslizamiento del glande en estado flácido, pero no así cuando el pene entra en erección y se torna tenso. Si en el momento de ocurrir la erección del glande éste se encontraba al descubierto, el prepucio puede impedir y estrangular el reflujo de sangre en este órgano, pudiendo ocasionarse, por tanto, lesiones en esta parte del pene debido a estancamiento y falta de circulación de la sangre. Esta alteración tiene la misma importancia y significado que la fimosis y su solución es igualmente quirúrgica.

La operación de fimosis o parafimosis puede efectuarse en cualquier momento de la vida del hombre. Sin embargo, hay quien aconseja que se practique en la infancia, pasados los seis años de edad y antes de llegar a la pubertad.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Alteraciones Menstruales


Las características de las reglas, en cuanto a duración, cantidad, etc., están, estrechamente vinculadas a la actividad del ovario. Ello indica que cualquier alteración en las constantes normales de estte fenómeno traduce un funcionamiento alterado del ovario.

Pero dicha alteración ovárica no es siempre sinónimo de enfermedad: las actividades de estas glándulas endocrinas de la mujer pueden también estar ligadas a influjos del medio ambiente, tales como cambios de clima, tensiones emocionales, disgustos, excesos de trabajo, etc.

Para todas las mujeres es bien conocido el hecho de que cualquier emoción sentimental fuerte (sustos o disgustos) o ciertas tensiones emocionales (exámenes) pueden producir la regla antes o después de lo previsto.

A este respecto puede decirse irónicamente que si hay algo más variable que el tiempo es la regla de las mujeres.

Cualquier alteración de la regla no tiene, en principio, mucha importancia, y sólo será necesaria y aconsejable la visita médica cuando la anomalía perdure durante cierto tiempo, o cuando la cantidad de sangre perdida sea realmente abundante.

martes, 13 de septiembre de 2011

Enfermedades venéreas


Se da el nombre de enfermedades venéreas a las enfermedades infecciosas que se transmiten principalmente por medio del contacto sexual. Esto no quiere decir que toda infección del aparato genital sea venérea; para que lo sea ha de estar causada por un germen cuya vía de transmisión sea principalmente el aparato genital.

Los genitales pueden adquirir diferentes procesos infecciosos que nada tienen que ver con la enfermedad venérea. Ejemplo claro de ello es la tuberculosis genital; cuando esta enfermedad se localiza en el aparato genital, ha sido transmitida general y principalmente a través de la sangre. Por tal motivo no es considerada una enfermedad venérea, aunque se hayan descrito algunos casos de contagio mediante el acto sexual.

Las dos enfermedades venéreas típicas son las causadas por un germen tipo gonococo que produce la llamada gonococia, y la sífilis, provocada por la espiroqueta Trepo nema Pallidum.

La gonococia se transmite fácilmente a través del contacto sexual, debido a que los gonococos viven y se reproducen casi exclusivamente en los tejidos que tapizan los conductos urinarios y genitales.

La sífilis, por su parte, se contagia mediante un estrecho contacto físico, tal como se produce principalmente durante el acto sexual. Pero no es este el único camino por el que se puede transmitir la enfermedad, pues se han iad; casos de contagio por vía bucal. Esta afección contrae también por inoculación de sangre infectada, lo que explica que en el embarazo de una mujer afectada de sífilis, ésta se transmita al feto a través de la placenta.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El buen gusto de La Mujer


Hablamos muy a menudo del buen gusto, y no nos acordamos de que tal concepto es relativamente moderno. El buen gusto arraiga en una sociedad que confiere a la relación social su máximo valor. El hombre ha vivido siempre en sociedad, pero durante la mayor parte de su historia las relaciones sociales se han hallado estructuradas por encima de las decisiones personales.

En los pueblos antiguos, en la cambiante Edad Media, los hombres, desde su nacimiento, tuvieron un lugar establecido en la escala social. Este lugar vasallo o señor, siervo o dueño—, implicaba unos deberes y derechos, un comportamiento y, naturalmente, una indumentaria. La indumentaria expresaba tanto como las actitudes a qué estrato de la sociedad pertenecía el individuo, y a pesar de que con la nueva sociedad mercantil el lujo penetró en Occidente, los elementos esenciales de la indumentaria no cambiaban.

Los hombres y las mujeres eran dueños de un vestido o de una capa, del mismo modo que podían serlo de un mueble o de un pedazo de tierra. Cuanto más lujosa era una prenda tanto más duraba, tanto más era digna de ser heredada. Los vestidos, pues, pasaban de padres a hijos y eran la orgullosa expresión de un gremio o de una clase.

Los hombres podían escoger dentro de un límite muy estricto, porque hasta los colores eran significativos. La indumentaria podía ser rica y bella, pero jamás determinante de un capricho o de un gusto particular. El traje caro, heredado o comprado, aparecía y reaparecía en los momentos oportunos, del mismo modo que en la actualidad un magnate de la industria se muestra en público con su coche particular.

En los inicios del Renacimiento el lujo despliega una orgía de colores. El gusto se complica y sus valores son la suntuosidad y la riqueza: telas preciosas, damascos, terciopelos, pieles, brocados, amplios escotes, acuchillados, refajos amplios y orlados. Las joyas subrayaban el esplendor de telas y encajes.

En los siglos venideros se acentúa cada vez más la diferencia fundamental entre las clases, y, naturalmente, las posibilidades económicas de las clases. La dominante aumenta su suntuosidad, añadiendo la peluca a las demás riquezas. La peluca será otro determinante de la clase social.

Pero después de las grandes revoluciones sociales el vestido se democratiza. Desde luego, existen elementos distintivos de clase. Persisten los uniformes de trabajo, y ciertos elementos de lujo, como el sombrero, los zapatos y la riqueza de telas y joyas, determinan la clase rectora.

Pero el traje deja de ser distintivo propio de una clase, y el lujo creciente de la sociedad industrial hace cada vez más cambiante la moda, y las variaciones limitan hasta cierto punto el lujo antiguo. El color deja de ser signo de suntuosidad, y un hecho tan sencillo como la industrialización del algodón pintado con trepa, que se llamaba indianas —lo que más adelante se llamó cretonas— pone los colorines al alcance de todo el mundo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Fracasos y traumas en la mujer


Una mujer puede haber tenido una existencia absolutamente vacía de contenido y, a pesar de ello, no tener ninguna impresión de fracaso, porque la sanción pública es absolutamente aprobatoria y ella no puede imaginar otra existencia que la que ha llevado. Ha vivido siempre pendiente de los otros, no ha tomado nunca una decisión propia, pero ha vivido de acuerdo con la opinión ajena.

Para la mujer, el fracaso más persistente en el tiempo es la soltería. Mientras al hombre el matrimonio se le muestra como una obligación, a la mujer se le presenta como un estado social que la eleva. Para la mujer el matrimonio es el éxito en sí. Las llamadas novelas rosas terminan en matrimonio porque el final feliz es una expresión del éxito social. La soltería lleva consigo una serie de humillaciones, más o menos paliadas según el grado evolutivo del núcleo social.

El período de la menopausia puede ser causa de que despierte en la mujer la impresión de fracaso. Y puede producir estados de depresión profunda, ya que la mujer se descubre desprovista de lo que ha sido instrumento de su éxito: su juventud, su belleza y su condición de hembra. Y la impresión de fracaso se hace más profunda porque el éxito anteriormente obtenido no le ha dejado ninguna situación estable.

La impresión de fracaso puede producirse por reflejo del fracaso del marido. Mejor dicho, por lo que la mujer considere que es fracaso del marido. La mujer que se ha propuesto impulsar al marido hacia el éxito se considera fracasada si él no ha alcanzado los signos exteriores de este éxito, que para ella son los únicos que cuentan, pues son los únicos con los que se siente gratificada.

El fracaso puede llegarle en relación con la carrera que ha emprendido. No pocas mujeres han chocado con los innumerables obstáculos que la sociedad masculina opone a su promoción. Si ha tenido la osadía de emprender una carrera de prestigio o bien remunerada, la resistencia será mucho mayor, y más aún si se propone alcanzar un puesto de mando. Muchas mujeres, al emprender la carrera, han pensado que la oposición masculina no era más que un tópico ya revisado.

Han creído que en su caso no se produciría y que su valor y su tesón darían el mismo resultado que en sus compañeros de ejercicio. Cuando se da cuenta de la latente oposición se encuentra ya cansada.
Pero la mayoría de las veces la mujer se siente fracasada y no sabe exactamente por qué.

La impresión de fracaso se matiza de frustración. No puede decir que no haya alcanzado el lugar que se había propuesto, porque no se había propuesto absolutamente nada. Pero siente profundamente que no ha realizado sus facultades, que hay algo, en ella, que podía haberse realizado y no se realizó. La relación con quienes la rodean se hace difícil porque ella tiene la impresión de que desconocen su propio valor.

Esta indeterminada impresión de fracaso se produce frecuentemente en la sociedad donde vivimos porque la mujer se halla raramente compensada en la situación en que se encuentra. En nuestra sociedad el camino más fácil para la mujer es situarse en el lugar que le ha designado la tradición.

En los años de preparación para la futura existencia aprende a confiar en el otro: el padre, el novio, el marido. Los primeros años de matrimonio, con los hijos, la apartan de toda actividad profesional. Cuando los niños se valen por sí solos y puede revisar su situación, descubre que la vida que tiene organizada no la compensa. Entonces viene la impresión de fracaso.

Las normas para evitar el fracaso no existen, a pesar de la ingente literatura que existe sobre el arte de triunfar. Pero lo que sí es posible es tratar de organizar nuestra existencia de modo que veamos un poco claro en ella. Es decir, conocer qué nos proponemos y plantearnos las dificultades objetivas. Hoy la mujer no puede avanzar ciegamente, como lo hacían nuestras abuelas. Existen demasiados elementos de atracción que le hacen comprender que no le basta su tradicional actitud pasiva.