La excitación sexual se produce por la presencia de estímulos capaces de activar el aparato genital. Dichos estímulos pueden tener innumerables orígenes, pero en general proviene de causas físicas o psicológicas.
La estimulación de cualquiera de las zonas erógenas es capaz, por sí sola, de poner en marcha los mecanismos fisiológicos necesarios para la excitación sexual.
Pero no son éstos los únicos estímulos capaces de desencadenar una respuesta sexual. Las sensaciones que provienen de todos los órganos de los sentidos: oído, vista, olfato, gusto y tacto, en un momento dado pueden sexualizarse, siempre que exista una predisposición psicológica para ello. Las caricias en la mejilla efectuadas por la madre o por el compañero, si bien físicamente son idénticas, difieren mucho por su efecto psicológico, hasta el punto que en el segundo caso pueden adquirir matices sexuales.
Otras veces la excitación sexual puede producirse por efecto de un recuerdo o un pensamiento que aflore y haga revivir momentos sexuales pasados. Son éstos los estímulos psicológicamente puros, capaces de provocar una excitación sexual prescindiendo de las sensaciones facilitadas por los sentidos.
Si bien todo proceso mental puede actuar sobre nosotros al aumentar o exaltar cualquier estímulo sexual físico, frecuentemente se observan fenómenos contrarios, es decir, disminuciones e incluso aboliciones de toda la sexualidad. De este modo se explica que la estimulación de un centro erógeno pueda desencadenar una sensación de repulsión en lugar de una actividad sexual, por ejemplo, cuando no es efectuada por el compañero sexual sino por un desconocido. Las impotencias sexuales, tanto del hombre como de la mujer, tienen casi siempre su origen en fenómenos de índole mental.
La estimulación de cualquiera de las zonas erógenas es capaz, por sí sola, de poner en marcha los mecanismos fisiológicos necesarios para la excitación sexual.
Pero no son éstos los únicos estímulos capaces de desencadenar una respuesta sexual. Las sensaciones que provienen de todos los órganos de los sentidos: oído, vista, olfato, gusto y tacto, en un momento dado pueden sexualizarse, siempre que exista una predisposición psicológica para ello. Las caricias en la mejilla efectuadas por la madre o por el compañero, si bien físicamente son idénticas, difieren mucho por su efecto psicológico, hasta el punto que en el segundo caso pueden adquirir matices sexuales.
Otras veces la excitación sexual puede producirse por efecto de un recuerdo o un pensamiento que aflore y haga revivir momentos sexuales pasados. Son éstos los estímulos psicológicamente puros, capaces de provocar una excitación sexual prescindiendo de las sensaciones facilitadas por los sentidos.
Si bien todo proceso mental puede actuar sobre nosotros al aumentar o exaltar cualquier estímulo sexual físico, frecuentemente se observan fenómenos contrarios, es decir, disminuciones e incluso aboliciones de toda la sexualidad. De este modo se explica que la estimulación de un centro erógeno pueda desencadenar una sensación de repulsión en lugar de una actividad sexual, por ejemplo, cuando no es efectuada por el compañero sexual sino por un desconocido. Las impotencias sexuales, tanto del hombre como de la mujer, tienen casi siempre su origen en fenómenos de índole mental.