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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Las dos caras del Noviazgo


Tan sólo con la maravilla del pleno enamoramiento comienza a tomar cuerpo la idea de estar el uno destinado al otro y apuntan unos propósitos matrimoniales en la «informal» relación amorosa.

Si bien la juventud no gusta de rótulos que clasifiquen y encorseten sus sentimientos, el hecho mismo de mantener y prolongar esta situación —llámesela como se quiera— durante la cual el atractivo sexual se ha sublirnado en una voluntad de acercamiento e identificación con el otro miembro de la pareja, presupone un deseo de agradarse mutuamente y de aprehender la esencia vital del compañero.

Aunque los jóvenes actuales no lo reconozcan, esta situación tiene todas las caracteristicas del noviazgo a la antigua usanza.

El noviazgo, como toda situación humana, es complejamente ambiguo y tiene sus aspectos positivos y negativos. Tomemos como ejemplo este mismo deseo de agradar al compañero mostrando lo mejor de uno mismo. ¿Su reverso?: el frecuentísimo e inconsciente engaño.

Tanto él como ella desean concordar con la imagen ideal que ella y él se han forjado, quieren identificarse con esa personalidad utópica por perfecta, y para ello tratan de reprimir y paliar, cuando no esconder, los defectos, inclinaciones, hábitos y gustos que no correspondan a aquel ejemplar modelo de enamorado y enamorada.

El novio se afana en obsequiar a la muchacha, a veces con regalos e invitaciones que no corresponden a su real situación económica, y esconde, por ejemplo, su falta de valor. Ella finge un interés que no siente por las aficiones culturales o deportivas del muchacho y reprime, por ejemplo, su carácter violento y dominador... Resultado: son insinceros con su pareja y se engañan a sí mismos, ya que la verdadera personalidad resurge impetuosa a los pocos meses de la vida conyugal.

Bien es verdad que en numerosas ocasiones la fuerza del amor ha convertido la ficción en realidad. ¡Cuántos hombres han llegado a realizar auténticas proezas espirituales o materiales tan sólo por no defraudar a su amada...! Y más de una mujer se ha instruido o ha dado un total cambio a su vida y a su mentalidad para quedar a la altura en la que su ilusionado amante la tenía situada.

Pero no debe olvidarse nunca que en la vida matrimonial es difícil mantenerse perennemente sobre un pedestal.

Si bien en el «noviazgo» actual existe el peligro de un exceso de diversión que empuja al escapismo y a la irresponsabilidad, debemos reconocerle la notable ventaja de ofrecer —gracias a las costumbres de la sociedad moderna e incluso a los mismos medios de diversión— muchas más oportunidades a los jóvenes de ambos sexos para convivir sin trabas: viajes, excursiones, estudios, trabajo... Los enamorados tienen ocasiones sobradas para tratarse no sólo en calidad de tales, sino también como camaradas y amigos.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Casamentera en Bodas


La casamentera propiamente dicha nace y muere con la vida pública de los salones, en una sociedad hecha de apariencias y de disimulo. En una sociedad agrícola bien organizada la casamentera tiene poco que hacer, ya que se sabe con sobrada antelación qué condiciones se requieren para el reparto, o unión, o conservación de la tierra.

La sociedad agrícola no admite ninguna demora en el estado de soltería, ni en la vida pública se utilizan eufemismos que permitan la delicada actividad de la casamentera.

En el salón, en donde se daban cita los estratos oscilantes de la burguesía, es donde se desarrollaba en pleno auge la actividad de la casamentera. Mientras la gente bailaba, hablaba, cantaba, organizaba juegos de prendas y de naipes, ella observaba, escogía sus pupilos y empezaba su tarea.

Para evitar fracasos la actual casamentera utiliza con agilidad el arte de la maledicencia. Sabe muy bien que el lenguaje directo no le suministraría datos sobre la real situación económica de los individuos, y sabe también, de paso, que no puede fiarse de las apariencias. Las casamenteras más brillantes y artistas saben utilizar la ignorancia de los mismos indi-.duos que manipulan, haciendo concebir esperanzas que luego no se realizan.

La condición necesaria para su labor es que existan a su alcance un buen número de muchachas cuyas dotes no sean de fácil aclaración. En algunos casos, ya no tan fáciles ni frecuentes, puede darse que la muchacha sea difícil de casar porque posea mucho dinero pero no el rango familiar adecuado.

El trabajo más perfecto que puede llevar a cabo una casamentera es unir dinero y prestigio. La sociedad plutocrática es una sociedad que se expresa como una burda imitación de la sociedad aristocrática que la precede.

Trata de reproducir la autoridad que el noble posee por el simple hecho de su nacimiento, y lo hace no sólo imitando sus formas de vida, sino comprando viejos títulos o adquiriendo títulos nuevos. En los salones, en donde afluyen estratos de la riqueza creciente y decadente, la casamentera tiene terreno abonado y su habilidad consiste en lograr este feliz complemento.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La Bendición Nupcial


La ceremonia de la boda ha tenido lugar. El banquete no ha sido excesivamente espléndido, pero la familia «ha hecho lo que ha podido». Todos se han ataviado lo mejor posible. La novia, por supuesto, vestía de blanco.

Se ha comido, se ha bebido, se ha bromeado (lo que decíamos, con mejor o peor gusto), y se ha bailado; pero como todo tiene un fin, también la fiesta ha terminado. Los invitados se retiran a sus casas. ¿Y los recién casados? También se retiran. Algunos, inmediatamente, se van ya «de viaje de novios», con lo cual el momento fatídico se retrasa unas horas.

Otros se van directamente a su nueva casa o a un hotel. Tanto da. Más tarde o más temprano acaban por quedarse solos. Y están cansados, nerviosos. No es raro que, recién despedidos de la familia y de los amigos, estalle la primera discusión (de casados, claro). El pretexto es lo de menos. El verdadero motivo es la tensión nerviosa a la que ambos están sometidos.

Puede ser que la novia, totalmente ineducada sexualmente y habiendo oído ciertas historias terribles acerca de lo mal que se lo pasan las mujeres cuando son desfloradas, sienta miedo y rompa a llorar o incluso intente fugarse y volver junto a su familia. (No son muy raros todavía los casos en los que la joven desposada ha de ser puesta en brazos de su marido por sus padres, a los que acude presa de una crisis de nervios.)

Sin embargo, el novio, por lo general, no se siente mucho más tranquilo. Son muchos los que, por así decirlo, «abandonan». Dándose cuenta de que ella está asustada y cansada, y como se sienten también inseguros, piensan que lo mejor es que «no ocurra nada» por el momento. Que al día siguiente, pasada la tensión...

jueves, 3 de noviembre de 2011

El dulce amor en la pareja


TIEMPO DE ESPLENDOR

El noviazgo resulta delicioso, además de constructivo, si la pareja —principalmente el varón— sabe crear y mantener en su relación íntima el clima romántico y siempre vigente del cortejo amoroso.

Para la mujer, el tiempo de su noviazgo está rodeado de un halo de ilusión que ya nunca más volverá a iluminarla. Le esperan mayores dichas sin duda —el matrimonio, la maternidad, el envejecer junto al hombre amado—, pero nunca volverá a sentirse tan dueña del mundo y del amor como en esta época esplendorosa en que el enamoramiento ha cristalizado en un sentimiento profundo de apego y de aceptación de un destino común.

Tradicionalmente la mujer vive en este período el punto culminante de su poder femenino: es cortejada por un hombre y sabe que sólo ella tiene en sus manos el poder de dispensar o negar los favores que el galán solicita.

Por un corto espacio de tiempo la sociedad patriarcal le concede algo que siempre le ha negado: poder decisorio, la alegría de no sentirse un ser disminuido que pasa del poder del padre al del esposo. Le concede el regalo embriagador, y transitorio, de lo que vulgarmente podría llamarse «tener la sartén por el mango». La atención del novio está fijada en ella; y el novio es un varón, que la halaga, la mima y se muestra rendido y completamente entregado a su voluntad.

Si en la sociedad patriarcal la mujer está alienada, al menos durante el noviazgo las presiones paternalistas se suavizan y le es dable manifestarse como alguien más que una eterna «menor»; durante este fugaz período es una persona en el pleno ejercicio de su responsabilidad.

martes, 1 de noviembre de 2011

La Noche de Bodas


Con excesiva frecuencia este delicado asunto ha sido tratado de manera ligera, frivola. Ha sido el tema de numerosos vodeviles y de no pocos chistes de mejor o peor gusto. Y la verdad es que el problema es bastante serio, sobre todo para las mujeres, ya que en esa noche precisamente se decide para muchas de ellas la felicidad o la infelicidad conyugal.

En las sociedades de tipo patriarcal la noche de bodas le convierte en una especie de rito ancestral en que el hombre demuestra su potencia sexual y la mujer pierde la virginidad.

Sin llegar a los extremos de exhibir (el hombre, por supuesto) por el balcón la sábana manchada de sangre en los casos en que se daba por supuesto que la novia era virgen, o de tener que soportar, como nuestros abuelos, una terrible algazara, que duraba toda la noche, en el caso de que contrajera matrimonio con una viuda, lo cierto es que aún hoy esa noche sigue teniendo gran importancia y que está íntimamente ligada a la virginidad de la mujer.

No en vano las novias se siguen vistiendo de blanco —aun en los casos en que, en rigor, y puesto que el color blanco simboliza precisamente la virginidad, debiera vestirse de cualquier otro color— y siguen llevando velos y flores de azahar.

¿Y cuál suele ser la actitud de la mujer ante todo este aparato, ante todo el espectáculo que se ha montado a su costa y en el que sólo faltan el bombo y el platillo? (En ciertos pueblos, y en las bodas de la «gente bien» de la localidad, no falta ni siquiera eso).

Las mujeres, por lo general, lo encajan encantadas. Han sido educadas en la creencia de que la virginidad por sí misma constituye su bien más precioso y que de un simple hecho físico depende que su matrimonio pueda llegar a realizarse, no menos que toda su felicidad futura.

Por eso defienden «su fortaleza» tan encarnizadamente, incluso de su propio deseo y del deseo del hombre al que quieren y que va a convertirse en su marido, convencidas de que, si cediesen a sus presiones, a veces incluso chantajes, podrían ser luego despreciadas por él y tratadas como «una cualquiera», con lo cual se verían frustradas en su mayor —casi única— aspiración: la de convertirse un día en esposas y madres.

lunes, 31 de octubre de 2011

El Noviazgo


¿Por qué los jóvenes de hoy día evitan el poner una etiqueta clasificadora a sus relaciones amorosas? «No somos novios; sólo salimos juntos», responden invariablemente a las indagaciones paternas que tratan de esclarecer, de acuerdo con categorías tradicionales, cuál es la situación sentimental de la pareja y sus posibilidades o propósitos matrimoniales.

Y aquí está el meollo del asunto: las costumbres amorosas han evolucionado rápidamente en esta segunda mitad del siglo xx y uno de sus hechos más significativos es que el enamoramiento y la relación ilusionada entre los dos sexos tiene una serie de manifestaciones, matices y proyecciones difíciles de encuadrar en los cánones vigentes en la precedente generación.

Las jóvenes parejas no se sienten ligadas por lazos formales aun cuando existan entre ellos sentimientos amorosos. Así, de una manera libre y espontánea, se conocen y compenetran al paso que calibran sus mutuas cualidades y defectos, pero siempre libres de ataduras, cuyo rompimiento —además del consiguiente impacto emocional— implicaría conflictos de tipo social y familiar.

Esta libertad les permite cambiar de pareja y adquirir una mayor experiencia en las relaciones humanas sin sujetarse a reglas ni compromisos.

El peligro reside en que esta situación se orienta excesivamente hacia la diversión, pues, libre de responsabilidades y deberes, en ella sólo se compromete una parte de la personalidad. Después de compartir gran número de fiestas, risas, besos, discusiones y estudios, ella y él siguen con una idea harto incompleta sobre el posible acoplamiento de sus respectivas personalidades en el matrimonio.

Una cosa es pasear en coche las noches de primavera o tumbarse en la arena de las playas, retozar y bañarse juntos en el mar, rozarse las bronceadas piernas y mirarse a los ojos... y otra muy distinta saber qué puede sentir el uno hacia el otro cuando en invierno se está pálido y fatigado, cuando se descubren en el otro cónyuge lagunas, deficiencias y reacciones que no tienen nada de románticas; cuando los platos están sin fregar, y las facturas se amontonan...

sábado, 29 de octubre de 2011

Comunión sexual en la pareja


Van de Velde denominaba la unión procreativa «comunión sexual», subrayando con ello la necesidad de que tanto el hombre como la mujer obtengan con este acto una satisfacción recíproca.

Su límite, superado por los estudios fundamentales del sexólogo alemán Oswald Colle, a partir de las experiencias de laboratorio realizadas por Masters y Johnson, consistía en juzgar que esta fusión psicofisica era posible al aplicar el esquema estímulo-reacción.

Olvidando que la habilidad técnica, aunque sea necesaria, no resuelve los problemas de la pareja, tanto por el hecho de que las técnicas eróticas más elaboradas programan racionalmente acontecimientos futuros que a menudo dependen de emociones y tensiones de los instintos, como porque las situaciones humanas, en su variabilidad e innumerabilidad, no pueden ser resueltas simplemente por el concepto según el cual una serie de estímulos eróticos otorgan necesariamente adecuada satisfacción a la pareja.

Edward F. Griffíth confirma la necesidad de una adecuada adaptación psicológica de la pareja, puesto que sólo con el mutuo análisis, el recuerdo del propio pasado, de las propias experiencias negativas y de las propias frustraciones en las diversas épocas de la vida, se evitará la reaparición de aquellos obstáculos que parecen superados cuando únicamente han sido reprimidos.

La pareja unida de un modo positivo es, por lo tanto, la matriz de futuras parejas destinadas a ser felices.

jueves, 27 de octubre de 2011

Los Galanes



El flirt es una relación entre un hombre y una mujer que se sienten recíprocamente atraídos y que, deportivamente, «juegan al amor». Para que el flirt se produzca tiene que existir un tácito acuerdo de intrascendencia.

El flirt no se propone ningún fin; su perfección consiste en su incapacidad de perfección. Esto lo distingue del galanteo. Tienen en común la necesidad de sentirse en un medio social puritano en el cual los eufemismos sean moneda corriente y cuya opulencia haga posible el ocio.

Pero así como el galanteo alimenta una pasión y se propone alcanzar la satisfacción del deseo que la impulsa, ü flirt exige un grado suficiente de frialdad que compense el deseo y anule toda finalidad.

El medio ambiente idóneo para el galanteo fue la sociedad francesa sociológicamente católica y libertina. El flirt, en cambio, surgió en la sociedad anglosajona —concretamente, la norteamericana—, con una base de profundo puritanismo y el propósito de emanciparse de la ley severa sin auténtico riesgo. En ambas actitudes el amor entra en juego para ser atraído y rechazado, para convertirlo en placer fugaz.

Pero así como en el galanteo del libertino existe un proceso de seducción que lleva consigo el concepto de transgresión, en el flirt no hay seductor ni seducida, no sólo porque el flirt no conduce a ninguna solución, sino porque la mujer establece su condición de igualdad con el hombre.

A pesar de todas estas distinciones, el sentido del flirt y sus diversas ramificaciones no se nos aparecerá claro si no tratamos de esclarecer, en un rápido itinerario, las fases de la relación amorosa, sus ritos, su lenguaje literario, su magia y, en definitiva, su teatralidad.

Para que aparezca la dialéctica amorosa, es decir, para que exista un espacio de tiempo entre la elección del enamorado y la correspondencia y la aceptación de la enamorada, y viceversa, es necesario que el amor encuentre dificultades. El flechazo mutuo, el «yo te quiero, tú me quieres», no tiene historia. Si Romeo y Julieta no hubieran pertenecido a unas familias enemigas, se hubieran casado al cabo de pocos días del famoso baile y la historia de amor por excelencia no hubiera existido.

martes, 25 de octubre de 2011

Casamentera y Celestina


Llámase casamentera aquella mujer habilidosa en concertar matrimonios. Suele ser una persona de mediana edad, soltera, casada o viuda, aunque lo más corriente es que su entusiasmo derive de una experiencia social-mente feliz.

La casamentera conoce, o ha conocido, las ventajas del matrimonio y está convencida de que de su propia experiencia ha sacado los conocimientos suficientes para descubrir las cualidades que hacen una pareja perfecta. No hay que confundir la casamentera con la celestina, que describiremos más adelante.

La casamentera no confunde las relaciones matrimoniales con las amorosas, y generalmente no se mueve por espíritu de lucro. Sabe, sin necesidad de llegar a definiciones, que no le interesan, que el matrimonio es una institución que sirve de base a una sociedad bien estructurada, que ella aprueba. Es una mujer ordenada, conservadora, de una ortodoxia a toda prueba, y las personas solteras la angustian como ejemplo de desorden, y, en consecuencia, de inmoralidad.

La casamentera no es una mujer vulgar, posee cualidades de creación y de mando que su condición de hija y de esposa obediente no le ha permitido encauzar. Su vida reducida al ámbito del hogar no le basta, y, aunque no se da cuenta de ello, necesita una proyección pública de sus actividades y el aplauso de la sociedad.

La casamentera no actúa por interés inmediato. Si es madre de muchas hijas, se dedicará a ellas primero, naturalmente; pero una vez resuelto el problema familiar se preocupará de encontrar marido a las demás mujeres que la suerte le pone al alcance. La casamentera concibe su actividad como un arte y se siente tanto más feliz y entusiasmada cuanto más crecen las dificultades. El honor más alto es lograr que un soltero recalcitrante ceda a sus instancias de matrimonio.

Porque la casamentera sabe muy bien que tiene como beneficiaría la mujer, por la sencilla razón que las normas sociales han desprovisto a la mujer de todo poder para decidir su futuro. Su habilidad requiere un agudo sentido de observación, un agudo sentido práctico y un escepticismo amable y contemporizador. No espera mucho de los seres humanos, sabe que la plena felicidad no es alcanzable, y que la comodidad y el acuerdo con el medio ambiente la sustituyen con ventaja.

domingo, 23 de octubre de 2011

Amantes


Los amantes célebres son famosos en la medida en que chocan con las prohibiciones, pero principalmente en la medida en que la oposición les permite analizar y declamar el amor. Como es lógico, pues, la dialéctica amorosa se desarrolla al margen del matrimonio.

Esto no quiere decir que no existan historias de matrimonios enamorados, pero predominan las historias de matrimonios ejemplares, y en ellas lo que se nos muestra como .admirable es la fidelidad, o la paciencia, virtudes ajenas a la pasión amorosa.

El análisis de la pasión amorosa adquiere su máximo esplendor en los albores del Renacimiento, y los poetas del dolce stil nuovo recogen la tradición del amor cortés.

El amor cortés es el antecedente lejano del flirt. En las prósperas y lujosas cortes de Provenza, la declaración amorosa, pública y poética, era un lujo más que el señor de la casa pagaba y la señora recibía en homenaje. Un trovador fielmente enamorado de la dama era lo que en lenguaje moderno llamaríamos un signo exterior de riqueza.

El canon amoroso del amor cortés exigía la frialdad altiva de la señora y la sumisión desesperada y constante del poeta enamorado. El convenio no podía romperse, ya que entonces la dialéctica amorosa desaparecía.

El apasionado poeta debía poner todo su ingenio para expresar su amor y al mismo tiempo exaltar el frío desdén de la que lo recibía, y, con su comportamiento, la señora tenía que merecer el poético homenaje y expresar con su silencio y sus miradas que apreciaba el arte amoroso sin corres-ponderlo.