Entrada destacada

Bufandas: nunca pasan de moda

Está bien para salir de la monotonía y tener que tchan a tu look? ¿Cómo sobre el uso de un simple accesorio que nunca pasa de moda? Los...

Mostrando entradas con la etiqueta moda mujer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta moda mujer. Mostrar todas las entradas

lunes, 19 de septiembre de 2011

Moda y Exigencias de la Mujer


A partir de este momento el gusto deja de ser representativo de una categoría personal, deja de significar riqueza y suntuosidad, para convertirse en un valor más individual con el que se expresa la propia personalidad. Poco a poco nace el buen gusto.

El buen gusto surge en una sociedad cuya clase rectora tiene las siguientes características: la inestabilidad, el fundamento de su poder en la exclusiva riqueza, y el lujo como expresión de este poder.

En el complejo social que inicia nuestra sociedad contemporánea se crea el arte de la ascensión social. Las riquezas adquiridas dan derecho a ocupar las primeras filas en la vida pública, y, por lo tanto, el simple lujo puede evidenciar al advenedizo y ser motivo de burla. Así, lo que caracteriza a una clase rectora con solera y derecho al dominio es su buen gusto, el uso acertado y hasta discreto de la riqueza que posee. La fastuosidad cobra tintes de discreción y el esplendor se revela más en el cambio de indumentaria, en la sorpresa y en la originalidad, que en la riqueza de lo que se exhibe.

La mujer recibe en cierto modo la primacía de este alarde de buen gusto. La mujer, en la nueva clase, es el exponente exterior de riqueza y poder, y en su indumentaria, en el aderezo de la casa, en el influjo que ejerce sobre quienes la rodean se nace visible su buen gusto. El buen gusto tiene como misión gastar millones sin que se note. Una mujer de buen gusto —recordemos que los grandes magazines la han citado a menudo— es Jacqueline Kennedy. Jamás la hemos visto luciendo galas suntuosas. En apariencia sus trajes pueden salir de un prét-á-porter, su peinado es el de un sin fin de mujeres, en algunos momentos casi ha parecido que repetía hasta la saciedad un mismo modelo de sombrero y de traje.

A pesar de todo sabemos que tiene millones en joyas, perfumes a raudales pieles para llenar un tren. Pero esta mujer, que no es hermosa ni especialmente inteligente, sabe utilizar todos los elementos que la riqueza pone a su disposición, combinándolos de modo que no se sepa de dónde proviene su aire de seguridad y que la fingida sencillez sea difícilmente imitable.

El buen gusto exige, pues, una deliberación personal y una cierta teatralidad preparada. El buen gusto elabora también un prestigio, una fama. La mujer de buen gusto sabe que en un momento dado, si decide ponerse alguna prenda hasta cierto punto extravagante, quienes la contemplan decidirán sin vacilar que si ella se lo pone es de buen gusto.

El buen gusto crea una atmósfera. La mujer de buen gusto no sólo se ocupa de su indumentaria. El arte de mantener, modificar, y hacer viva una casa con pequeños cambios y con una permanente gracia forma parte de su actividad. El buen gusto se extiende en el arte de recibir invitados, de saber siempre el momento en que debe hacerse la invitación, en la combinación de comensales, en la comida que se sirve, que no sólo será abundante.

El buen gusto se detiene en el umbral de la amabilidad. No se adentra en los dominios de la belleza, no juzga un cuadro, ni un poema, ni una gran empresa. El buen gusto no tiene que aventurarse nunca más allá de lo que causa placer. En realidad tiene el influjo de una sonrisa.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El buen gusto de La Mujer


Hablamos muy a menudo del buen gusto, y no nos acordamos de que tal concepto es relativamente moderno. El buen gusto arraiga en una sociedad que confiere a la relación social su máximo valor. El hombre ha vivido siempre en sociedad, pero durante la mayor parte de su historia las relaciones sociales se han hallado estructuradas por encima de las decisiones personales.

En los pueblos antiguos, en la cambiante Edad Media, los hombres, desde su nacimiento, tuvieron un lugar establecido en la escala social. Este lugar vasallo o señor, siervo o dueño—, implicaba unos deberes y derechos, un comportamiento y, naturalmente, una indumentaria. La indumentaria expresaba tanto como las actitudes a qué estrato de la sociedad pertenecía el individuo, y a pesar de que con la nueva sociedad mercantil el lujo penetró en Occidente, los elementos esenciales de la indumentaria no cambiaban.

Los hombres y las mujeres eran dueños de un vestido o de una capa, del mismo modo que podían serlo de un mueble o de un pedazo de tierra. Cuanto más lujosa era una prenda tanto más duraba, tanto más era digna de ser heredada. Los vestidos, pues, pasaban de padres a hijos y eran la orgullosa expresión de un gremio o de una clase.

Los hombres podían escoger dentro de un límite muy estricto, porque hasta los colores eran significativos. La indumentaria podía ser rica y bella, pero jamás determinante de un capricho o de un gusto particular. El traje caro, heredado o comprado, aparecía y reaparecía en los momentos oportunos, del mismo modo que en la actualidad un magnate de la industria se muestra en público con su coche particular.

En los inicios del Renacimiento el lujo despliega una orgía de colores. El gusto se complica y sus valores son la suntuosidad y la riqueza: telas preciosas, damascos, terciopelos, pieles, brocados, amplios escotes, acuchillados, refajos amplios y orlados. Las joyas subrayaban el esplendor de telas y encajes.

En los siglos venideros se acentúa cada vez más la diferencia fundamental entre las clases, y, naturalmente, las posibilidades económicas de las clases. La dominante aumenta su suntuosidad, añadiendo la peluca a las demás riquezas. La peluca será otro determinante de la clase social.

Pero después de las grandes revoluciones sociales el vestido se democratiza. Desde luego, existen elementos distintivos de clase. Persisten los uniformes de trabajo, y ciertos elementos de lujo, como el sombrero, los zapatos y la riqueza de telas y joyas, determinan la clase rectora.

Pero el traje deja de ser distintivo propio de una clase, y el lujo creciente de la sociedad industrial hace cada vez más cambiante la moda, y las variaciones limitan hasta cierto punto el lujo antiguo. El color deja de ser signo de suntuosidad, y un hecho tan sencillo como la industrialización del algodón pintado con trepa, que se llamaba indianas —lo que más adelante se llamó cretonas— pone los colorines al alcance de todo el mundo.

jueves, 25 de agosto de 2011

Elegancia Femenina en el Poker


Jugar a las cartas es siempre un excelente pretexto para reunirse un grupo de amigas, por la tarde o por la noche. Una tarde libre estará muy bien aprovechada con una «canasta» entre amigas, que tendrán el placer de verse y charlar un rato, pues al tiempo que lucirán los vestidos nuevos, disfrutarán de un pasatiempo agradable.

Si por la tarde se participa en una «canasta» entre amigas con quienes se tiene confianza, no será un gran problema el arreglarse; un vestido corriente de tejido o de punto y una sencilla falda con chaqueta o blusa son más que suficientes. Desde luego, estaría fuera de lugar presentarse vestida muy elegantemente, pues podrían molestarse las otras amigas y la dueña de la casa, ya que ésta, dado el tono íntimo de la reunión, no habrá organizado un té o una merienda.

Es distinto cuando se ha invitado con algunos días de anticipación y a una hora avanzada de la tarde; en este caso se entiende que la dueña de la casa lo ha organizado todo de acuerdo con las reglas y que el número de invitados será superior a los cuatro indispensables para una partida. Probablemente ella habrá pensado, también, en preparar más de una mesa de juego, a fin de que se formen otros grupos de señoras que deseen jugar. También el té estará preparado, según las normas de la etiqueta, con el mejor servicio, con un variado surtido de pastas, dulces y saladas, y con las más bellas servilletas.

Todo muy formal, en suma. Por lo tanto, también deberá ser formal la toilette de los invitados. Serán ade cuados los vestidos elegantes en crespón, cady, lana o seda, según la estación, y los drapeados. También los colores figurarán entre los clásicos, como el acostumbrado negro, el marrón, el avellana, el blanco y otros colores mas a la moda; éstos, naturalmente, para las señoras más jóvenes. La línea del vestido será bastante simple y de corte elegante.

En primavera estará muy adecuado el sastre» (traje de chaqueta) completado por una blusa o un abrigo. En invierno, bajo el abrigo de piel o el paleto, se llevará el clásico «tubo», con mangas o sin ellas, enriquecido con un cinturón especial o con un foulard de seda alrededor del cuello. Las joyas que se luzcan serán poco llamativas pero muy bellas. Deben evitarse totalmente los brazaletes cargados de monedas que al mínimo movimiento tintinean como un millar de campanillas; esto es extremadamente molesto, sobre todo para los jugadores que toman el juego muy en serio y quieren que se guarde el máximo silencio.

Las señoras muy ancianas podrán llevar sombrero, aunque tendrán en cuenta que puede ser un accesorio incómodo si hay que «soportarlo» varias horas en un ambiente cerrado.

La toilette para una invitación nocturna será diferente. En este caso, puesto que la reunión está organizada para después de la cena, se podrán llevar vestidos con una línea más de noche. Serán, pues, adecuados los vestidos en tejido ligero, como el velo (tul) y el chifón. en modelos de líneas no muy flotantes.

Por otra parte se podrán usar tejidos como el cady, el crespón, la lana, la seda y el terciopelo. También con éstos se deberán seguir líneas muy simples, que pueden estar ligerísimamente recamadas de azabache. Deben evitarse los tejidos preciosos, tipo lame o brocado. Después de todo, se trata de una reunión corriente para un poker y no una fiesta. También el peinado y el maquillaje serán muy refinados. Sobre estos vestidos se llevarán pieles elegantes en invierno, y sencillos abrigos negros en verano.