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martes, 30 de agosto de 2011

Higiene en la Mujer


Sobre la mujer han pesado siempre numerosos tabúes y prejuicios sociales. Durante largo tiempo su papel social ha sido secundario, hasta el punto de llegar a recibir, en ciertas sociedades, un trato parecido al que se daba a los animales.

Si el hombre ha estado supeditado a la evolución de la sociedad en su conjunto, a su cultura y a sus progresos técnicos, la mujer ha sido además sometida por el hombre, que en una u otra forma la apartaba y alejaba de su ambiente.

Es así como se explica que la mujer fuese desterrada, en el momento de dar a luz, a unos lugares llamados panderos que a tal fin se construían alejados de las zonas de vivienda.

Largo tiempo se consideró que la mujer era un ser impuro e indeseable durante el período de la menstruación. Esto ha dado lugar, en el transcurso de la historia, a infinidad de leyendas y prejuicios, los cuales en parte aún perduran entre los sectores más atrasados de la sociedad actual. Por suerte, una equilibrada y objetiva consideración de las particularidades femeninas va ganando terreno rápidamente.

Impulsos Reprimidos en el Amor


Catarsis es palabra de origen griego que significa purificación, y que la farmacopea clásica utilizaba preferentemente en sentido físico. La psicología moderna se ha adueñado del sentido metafórico o espiritual de la palabra, para designar un fenómeno psíquico bien definido: la «purificación» o liberación que experimenta un individuo al desahogarse, mediante una descarga emotiva, de ciertos violentos impulsos subconscientes que, por diversos motivos, han sido reprimidos y pugnan por manifestarse.

Se trataría, por así decirlo, de una válvula de escape del subconsciente. La catarsis así entendida es siempre un fenómeno emotivo, nunca racional o intelectual; en su génesis interviene una multitud de factores,. pero aquí señalaremos tan sólo el que más nos interesa, es decir el proceso psicológico llamado «identificación». En su sentido más general, se dice que un sujeto se «identifica» inconscientemente con cualquier objeto o persona que, por algún motivo, complete su personalidad o la repare una carencia.

Por ejemplo, es muy frecuente la identificación con objetos que simbolizan claramente el poder, la fuerza o el éxito en cualquiera de sus formas; es el caso de esos hombres que, a fuerza de hacer vida sedentaria, son incapaces de correr cien metros sin agitarse, pero se sienten sumamente orgullosos de la velocidad y potencia de sus automóviles, que en este caso constituyen el objeto con el cual inconscientemente compensan su propia debilidad física.

En el aspecto sexual, la identificación tiene gran importancia porque permite al individuo atribuirse virtudes que, en realidad, no son suyas, pero de las que necesita intensamente para mantener su propio equilibrio psíquico. Es el caso de la mujer que se identifica con los gustos, la manera de vestir y peinarse, y, en suma, con la personalidad de alguna célebre estrella cinematográfica; el éxito sexual (verdadero o aparente) de la persona con la cual se identifica, compensa las dudas o temores inconscientes acerca de su propia sexualidad.

Otro aspecto puede presentar el proceso de identificación, aspecto que nos acerca más aún a la catarsis subsiguiente : nos referimos a aquella forma de identificación mediante la cual el sujeto reconoce (o cree reconocer) en otra persona, o bien en una situación públicamente aceptada (como, por ejemplo, la ficción del cine, el teatro o la novela), un determinado conflicto que inconscientemente él mismo padece.

El sujeto, en este caso, puede «revivir» como perteneciente a otra persona ese contraste que no logra resolver en su interior y ni siquiera enfrentar conscientemente. Una intensa participación emotiva hacia ese conflicto «de otros» da lugar, entonces, a la catarsis.

lunes, 29 de agosto de 2011

Traumas de la primera relación sexual


Las primeras relaciones sexuales resultan casi siempre desagradables para ambos miembros de la pareja, a causa de determinados motivos psíquicos y físicos.

Las causas físicas dependen principalmente de las condiciones anatómicas y morfológicas femeninas. La pérdida de la virginidad, llamada también desfloración, se efectúa cuando el anillo himeneal es dilatado por el pene. Esta dilatación es siempre más o menos dolorosa, según el grado de sensibilidad al dolor de cada mujer.

El agrandamiento himeneal producido durante la desfloración no va siempre acompañado por una rotura de himen. Lo común es que esta membrana, de estructura elástica, ceda a la introducción del miembro viril y se dilátenlo suficiente para permitir su paso. Sólo en algunas ocasiones puede romperse, produciéndose, en estos casos, una pequeñísima herida cuya longitud raras veces es superior a un milímetro. El sangramiento no es forzoso, dado que la membrana himeneal está irrigada por vasos sanguíneos de calibre muy pequeño que tras romperse se cierran casi instantáneamente.

Es frecuente observar, durante los días que siguen a la desfloración, cierto aumento del flujo vaginal. Este fenómeno, que dura poco tiempo, es del todo normal: consiste en una reacción fisiológica de la vagina en respuesta a la dilatación del himen.

Los motivos psíquicos intervienen en la apreciación del dolor ocasionado por la desfloración, al igual que en cualquier otro proceso doloroso. El principal factor que aumenta la sensibilidad dolorosa es el miedo, determinado a su vez por el desconocimiento del acto que se está efectuando, debido a la falta de una experiencia anterior.

En la especie humana, y a diferencia de los animales inferiores, el acto sexual dista mucho de ser «un reflejo de la médula espinal»: por el contrario, en él participan el espíritu, la imaginación y la estima, características que le imprimen su peculiar sentido humano. De ahí la importancia de que en él intervengan la comprensión y el consentimiento recíprocos.

Para lograr que el acto sexual se realice con normalidad, libre de tensiones emocionales que lo alteren, es imprescindible el acoplamiento espiritual y físico de la pareja. Si la relación sexual se efectúa sólo desde el punto de vista físico, se distorsiona su sentido humano, convirtiéndose en un acto reflejo y bestial en el que terminara por entrar en juego la competencia entre los dos sexos.

La excitación sexual ha de realizarse no a modo de lucha entre dos rivales, hombre y mujer, sino tratando, cada uno de ellos, de entender todos los fenómenos físicos y emocionales que se dan en el otro miembro de la pareja, para poder así comportarse del modo más correcto y conseguir el fin primordial que persigue la sexualidad, sin el cual es imposible toda armonía espiritual: el logro de la culminación sexual, el orgasmo, en ambos miembros de la pareja a la vez.

sábado, 27 de agosto de 2011

El Desengaño en el Matrimonio


En este punto las cosas, no tiene nada de extraño que, apenas consumado el matrimonio, se produzca el desengaño. Desengaño del que el hombre no se resiente por lo general excesivamente, en parte porque se siente responsable a causa de los reproches (mudos o no) de que le hace objeto la esposa y en parte también porque él, fuera de casa, en el trabajo, con los amigos y con las aventuras ocasionales, vive su vida.

En cambio, para la mujer el golpe es mucho más duro, y las consecuencias mucho más terribles.

Ya hemos dicho que el objetivo de la vida de una mujer educada tradicionalmente es el matrimonio. Fracasado o simplemente en crisis éste, siente que se derrumba el mundo a su alrededor.

Inconscientemente cae en la contradicción de reprochar a su marido el que lleve una vida independiente, que trabaje, que no esté siempre a su lado diciéndole que la ama y que no puede vivir sin ella, y de empujarle al mismo tiempo a prosperar, a subir, cada vez más, para realizarse de este modo a través del consumo, comprando, y para comprar necesita que él gane cada vez más dinero.

Y es que para la mujer no están nada claros los límites que existen entre ella y su familia. Al haber puesto todas sus aspiraciones en el matrimonio, se ha convertido a sí misma en su matrimonio; de ahí que todos sus afanes se reduzcan a la familia y a lo relacionado con el hogar. De ahí también que viva a través del marido y de los hijos y que para éstos su constante presencia llegue a ser ago-biadora, ya que ella no puede dejar de intervenir en cualquiera de los asuntos que les afectan, ni siquiera en lo relacionado con su actividad profesional.

Mientras los hijos son pequeños encuentran en ellos la razón de su existencia, y el afecto de los chiquillos la resarce de alguna manera del vacío en que se encuentra.

Sin embargo, esta compensación de carácter afectivo no és muy duradera. Los hijos crecen, se van haciendo cada vez más independientes y no soportan fácilmente una madre dominante o hiperprotectora.

De este modo, ella se va sintiendo cada vez más sola, más inútil y fracasada. Condenada a un trabajo agotador (el del hogar) que nadie le reconoce como tal y que no tiene ningún aliciente —siempre lo mismo: fregar, lavar, planchar, cocinar—, pierde sus energías en estas pequeñas tareas que no le proporcionan satisfacción alguna y que acaban de sumirla en un mundo aparte, en el que todas las cosas parece que se pongan obstinadamente en contra suya.

¿Y a quién hacer responsable de esta situación ?

La respuesta es clara: a las pequeñas ideas. Ellas son quienes han conducido a la mujer a este estado de cosas. Sin la pequeña idea de que la mujer está hecha solamente para el hogar, muchas mujeres encontrarían satisfacción adecuada a sus necesidades de orden social en un trabajo productivo realizado fuera de casa.

Si se librara de la obsesión de casarse, optaría por el matrimonio sólo en el caso de que estuviera realmente segura de que ha encontrado al compañero adecuado para compartir su vida. Si no pretendiera vivir a través del marido y de los hijos, éstos probablemente la amarían y la respetarían más porque verían que el amor de ella es completamente desinteresado y respetuoso para con sus distintas individuales.

La mujer podrá desarrollarse plenamente sólo cuando, despreciando las pequeñas ideas aprendidas, sea capaz de abrirse camino por sí misma, de acuerdo con su propia manera de pensar y con sus verdaderas inclinaciones.

jueves, 25 de agosto de 2011

Elegancia Femenina en el Poker


Jugar a las cartas es siempre un excelente pretexto para reunirse un grupo de amigas, por la tarde o por la noche. Una tarde libre estará muy bien aprovechada con una «canasta» entre amigas, que tendrán el placer de verse y charlar un rato, pues al tiempo que lucirán los vestidos nuevos, disfrutarán de un pasatiempo agradable.

Si por la tarde se participa en una «canasta» entre amigas con quienes se tiene confianza, no será un gran problema el arreglarse; un vestido corriente de tejido o de punto y una sencilla falda con chaqueta o blusa son más que suficientes. Desde luego, estaría fuera de lugar presentarse vestida muy elegantemente, pues podrían molestarse las otras amigas y la dueña de la casa, ya que ésta, dado el tono íntimo de la reunión, no habrá organizado un té o una merienda.

Es distinto cuando se ha invitado con algunos días de anticipación y a una hora avanzada de la tarde; en este caso se entiende que la dueña de la casa lo ha organizado todo de acuerdo con las reglas y que el número de invitados será superior a los cuatro indispensables para una partida. Probablemente ella habrá pensado, también, en preparar más de una mesa de juego, a fin de que se formen otros grupos de señoras que deseen jugar. También el té estará preparado, según las normas de la etiqueta, con el mejor servicio, con un variado surtido de pastas, dulces y saladas, y con las más bellas servilletas.

Todo muy formal, en suma. Por lo tanto, también deberá ser formal la toilette de los invitados. Serán ade cuados los vestidos elegantes en crespón, cady, lana o seda, según la estación, y los drapeados. También los colores figurarán entre los clásicos, como el acostumbrado negro, el marrón, el avellana, el blanco y otros colores mas a la moda; éstos, naturalmente, para las señoras más jóvenes. La línea del vestido será bastante simple y de corte elegante.

En primavera estará muy adecuado el sastre» (traje de chaqueta) completado por una blusa o un abrigo. En invierno, bajo el abrigo de piel o el paleto, se llevará el clásico «tubo», con mangas o sin ellas, enriquecido con un cinturón especial o con un foulard de seda alrededor del cuello. Las joyas que se luzcan serán poco llamativas pero muy bellas. Deben evitarse totalmente los brazaletes cargados de monedas que al mínimo movimiento tintinean como un millar de campanillas; esto es extremadamente molesto, sobre todo para los jugadores que toman el juego muy en serio y quieren que se guarde el máximo silencio.

Las señoras muy ancianas podrán llevar sombrero, aunque tendrán en cuenta que puede ser un accesorio incómodo si hay que «soportarlo» varias horas en un ambiente cerrado.

La toilette para una invitación nocturna será diferente. En este caso, puesto que la reunión está organizada para después de la cena, se podrán llevar vestidos con una línea más de noche. Serán, pues, adecuados los vestidos en tejido ligero, como el velo (tul) y el chifón. en modelos de líneas no muy flotantes.

Por otra parte se podrán usar tejidos como el cady, el crespón, la lana, la seda y el terciopelo. También con éstos se deberán seguir líneas muy simples, que pueden estar ligerísimamente recamadas de azabache. Deben evitarse los tejidos preciosos, tipo lame o brocado. Después de todo, se trata de una reunión corriente para un poker y no una fiesta. También el peinado y el maquillaje serán muy refinados. Sobre estos vestidos se llevarán pieles elegantes en invierno, y sencillos abrigos negros en verano.

martes, 23 de agosto de 2011

La Idealización del Hombre de la Pareja


¿Cómo soporta el hombre esta idealización? Por una parte no puede evitar sentirse también encantado al apercibirse de que su novia le considera tan maravilloso (léase machó) como nunca había soñado ser.

Por otra parte, estima que no es necesario desencantarla explicándole que es menos maravilloso de lo que ella cree y que, además, sería inútil, porque seguramente no lograría convencerla.

Y ¿cómo es en realidad el hombre? De muchas maneras, como todos los humanos (hombres y mujeres), pero educado de distinta forma. Con menos cuentos, más en contacto con la realidad. Por eso para el hombre el matrimonio no es una meta, un fin en sí mismo, sino una manera de organizar su vida privada de tal modo que pueda dar satisfacción a sus necesidades más inmediatas adaptándose al mismo tiempo a las normas que la sociedad le impone.

Y, sin embargo, simplemente porque para él el matrimonio no lo es todo, parece injusto hacerle reproches. A él no le han educado exclusivamente para marido, y su mundo, aunque en muchos casos bastante reducido también, acostumbra a tener horizontes más amplios que el universo femenino.

domingo, 21 de agosto de 2011

Virginidad en la Mujer


Desde el punto de vista médico existen dos tipos de virginidad: la cervical y la himeneal.

La virginidad cervical consiste en la integridad del orificio del cuello uterino, puerta de entrada de la cavidad del útero. Esta integridad se pierde cuando, en el momento del parto, el cuello del útero da paso al feto. El orine: cervical se dilata de tal forma durante el parto que. tras la expulsión del feto, queda más o menos agrandado. Esta pequeña modificación en la morfología del cuello del útero certifica que en la matriz ha habido ya un embarazo.

La virginidad himeneal es la integridad del himen; como ya sabemos demuestra, en principio, que no ha habido nunca una penetración del pene en la vagina. Pero, a diferencia de la virginidad cervical, en la morfología del himen han de tenerse en cuenta dos posibilidades que pueden cambiar totalmente la certeza de si hubo o no relaciones sexuales. Por una parte es posible encontrar un himen cuya elasticidad tolere la entrada del miembro viril sin rotura alguna' y con una elongación que permita su total restablecimiento tras el coito. Por otra, y contrariamente al caso anterior, pueden observarse hímenes rotos o dilatados sin que haya habido relación sexual previa; la membrana himeneal pudo romperse o elongarse durante los juegos libidinosos infantiles.

Todo ello explica que sea posible afirmar o negar con certeza la existencia de un embarazo anterior (virginidad cervical), mientras que es sumamente difícil saber a ciencia cierta si fueron efectuadas relaciones sexuales con anterioridad (virginidad himeneal).

Hemos visto en párrafos anteriores que, gracias a una elasticidad determinada del himen, es posible conservar la virginidad aun habiendo tenido relaciones sexuales. Se comprende, pues, fácilmente que se puedan dar, en ciertos casos, virginidad y embarazo al mismo tiempo.

Pero existe otro mecanismo por el cual una mujer virgen puede resultar embarazada sin que haya habido penetración en la vagina del miembro viril; esto puede ocurrir si se han practicado relaciones sexuales en las que el hombre haya depositado su semen en la entrada de la vagina. La motilidad propia de los espermatozoides les permite recorrer el canal vaginal hasta alcanzar el útero, pudiendo así fecundarse el óvulo maduro.

Son extraordinariamente variables las diferencias de comportamiento que registra la especie humana en este sentido. La capacidad sexual adquiere en el hombre valores que, por así decirlo, «varían entre cero e infinito».

Esta capacidad sexual no está en relación, como en principio podría suponerse, con los caracteres sexuales secundarios o primarios. Existen varones adultos capaces de pasar largas temporadas (a veces quince o veinte años) sin tener actividad sexual alguna. Contrariamente, se da el caso de hombres capaces de mantener un ritmo de doce catorce o más orgasmos semanales. Dentro de estos límites, todas las variaciones que van de un extremo a otro son posibles.

En la mujer, estas variaciones en la frecuencia de la relación sexual son aún más marcadas, pues no sólo varía el número de relaciones sexuales efectuadas por cada mujer, sino que además es posible, y sucede no raras veces, que en cada relación sexual una mujer experimente varios orgasmos seguidos, incluso quince o veinte orgasmos en el espacio de una hora.

Los estudios efectuados sobre la capacidad sexual de la especie humana muestran que. tanto en el hombre como en la mujer, la frecuencia de actividad sexual de cada individuo es uniforme, y sólo sufre, a través de los años, variaciones tan pequeñas que puede considerarse la capacidad sexual como constante.

Estas pequeñas variaciones que hemos mencionado se deben, sobre todo, a que la capacidad física genital está limitada por la actividad intelectual y física, puesto que un exceso de trabajo en una u otra actividad es capaz de provocar un estado de agotamiento que reste fuerzas al organismo. El agotamiento por excesivo trabajo, al igual que cualquier enfermedad, es capaz de impedir el logro del orgasmo en la relación sexual, pues la capacidad sexual está directamente vinculada a la salud del organismo en su conjunto, ya que pone en juego no sólo el buen estado físico del aparato genital, sino el de todas las partes del organismo.

sábado, 20 de agosto de 2011

Qué ponerse en una cita romántica


Para la cena en el restaurante las señoras no llevarán sombreros, puesto que ya no es costumbre y, por otra parte, no son nada prácticos si se debe estar largo tiempo en un lugar cerrado. Esto implica un gran esmero en el peinado, que, sin ser muy elaborado, deberá ser impecable. La que tenga el cabello largo dará preferencia a peinados recogidos, y de este modo no tendrá las molestias de un cabello movedizo a ambos lados de la cara. Por lo que se refiere al maquillaje, podrá seguirse la misma norma de esmero y sobriedad.

Solamente se prestará una especial atención al lápiz de labios. Es desagradable ver a una señora, en el restaurante, que al final de la cena saca el lápiz de labios y comienza a retocarse. Tened la precaución, en estos casos, de usar un lápiz claro que, aunque al comer desaparezca, no manche los labios.

También podéis usar los productos que fijan o que, al menos, atenúan el rouge; de este modo se evitan, también, las antiestéticas huellas estampadas en vasos y servilletas. Para todas estas ocasiones el abrigo ideal será el de piel, naturalmente de una piel elegante como el visón, el breitschwanz persa, la nutria y el castor. Estas dos últimas son un poco el passe pour tout de las pieles.

En efecto, son adecuadas para la confección elegante y para la deportiva. Con el vestidp largo, si no se posee un abrigo largo de piel (cosa bastante corriente) se podrá usar el bolero de piel o un abrigo largo del mismo tejido que el vestido, o en otro tejido que entone con él. Con los vestidos cortos no hay tantos problemas caso de no contar con un abrigo de piel; el paleto negro o uno más rebuscado, en un tejido especial para la noche, quedará perfectamente sea cual fuere el vestido corto.

Con los conjuntos de pantalón se llevará un abrigo de corte deportivo, realizado en un tejido apto para la noche, o una capa, también realizada en un tejido como el raso o el terciopelo. Ambos podrán estar adornados con pieles y adornos, como botones y hebillas en strass o pedrería.

Con estas prendas de noche será de rigor llevar bolsos pequeños, en forma de sobre, de tejidos serios y recamados con piedras, o el clásico estuche en metal dorado o plateado.

O también con largos chalecos adheridos al busto, que lleguen hasta las caderas y dejen aparecer lánguidas camisas de líneas rígidamente masculinas o muy románticas, con gran riqueza de encajes. O también podrán llevarse corsés hechos en el mismo tejido, o similares a los corpinos de los vestidos de noche, con escotes muy pronunciados y mangas largas. La amplitud de los pantalones podrá variar; éstos, en efecto, podrán ser muy anchos, de tejidos ligeros, y más estrechos con los tejidos más pesados.

viernes, 19 de agosto de 2011

En la búsqueda del príncipe azul


¿Y el hombre ? También muy idealizado, no se inquieten. El HOMBRE ha de ser fuerte como Sansón y enamorado como Romeo, astuto como Ulises y candido como un niño, poderoso como Estados Unidos y simpático como Andorra, con la gracia de un efebo y la experiencia de un viejo.

Como se comprenderá, incluso para un HOMBRE resulta muy difícil reunir estas cualidades.

De soltera, la muchacha soluciona el desfase que existe entre su ideal y la realidad saltándose a la torera la realidad mediante el procedimiento de convencerse a sí misma de que él no es así, sino que se comporta así por determinadas razones, o porque está nervioso, y que cuando se casen ya saldrá a flote su maravillosa y recóndita verdadera naturaleza (la de Príncipe Azul).

De esta manera el «cuando nos casemos» se convierte en la piedra filosofal capaz de convertir a un hombre normal y corriente en Príncipe Azul y de igualar una jovencita juiciosa al niño que cree aún en los Reyes Magos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Vestidos de Escote


Naturalmente, con este género de vestidos también los accesorios deberán ser de noche. Los zapatos confeccionados en raso, en canneté, del mismo tejido que el vestido cuando la consistencia de éste lo permita, en napa, o en lame de oro o de plata.

Con el vestido largo se podrán usar zapatos de tacón fino, de hasta seis centímetros, con escote clásico, y el zapato sandalia. Con los vestidos cortos estarán mejor los zapatos de tacón un poco más bajo, con los escotes adornados de cualquier aplicación, tipo hebilla o botone i tos de strass.

Con los pantalones se llevará un tacón rigurosamente bajo (tres centímetros como máximo) y ancho. Los zapatos ideales para los pantalones son los de forma deportiva, realizados, en contraste, con materiales refinados, como el raso o el lame. Con los pantalones muy largos, tipo pijama, pueden hacerse concesiones con zapatos de tacón bastante alto, a favor de las menos altas, aunque esta concesión al tacón alto deba tomarse con una cierta reserva.

Por lo que se refiere a la cena en un círculo, la fórmula no cambia respecto de la cena en casa. También aquí la cena podrá desenvolverse de pie o sentados a la mesa, y, por lo tanto, se harán las mismas distinciones y se seguirán los mismos criterios que ya han sido expuestos.

Muy distinta es la situación cuando la cena se celebra en un restaurante. Todo el tono de la indumentaria será de un estilo mucho más discreto y apagado. Por esta razón no se llevará vestido de noche, ni largo ni corto, y muchísimo menos conjunto de pantalón.
Para la cena en el restaurante se dará preferencia a una elegancia sobria, en la que contarán más los detalles que lo aparatoso.

Se llevará un vestido de línea simple, en tejido como el cady de mucho cuerpo, el crepé de lana, el tricot de seda o de lana, y la mezcla de lana y seda en colores suaves, como el negro, el blanco, el beige, el marrón, el gris perla o el azul. Estos vestidos podrán tener discretos escotes, serán con mangas o sin ellas, y tendrán mucha importancia el corte, las incrustaciones y todo cuanto, en suma, sirve para distinguir a un vestido elegante.

La simplicidad de tales vestidos podra reavivarse por medio de joyas elegantes en oro blanco, perlas y brillantes. No deberán ser aparatosas, pues contrastarán con el tono moderado del conjunto, pero podrán ser muy refinadas y preciosas.

lunes, 15 de agosto de 2011

Arte y espectáculos en la Pareja


Se hace evidente, ahora, la particular significación que estos procesos psíquicos adquieren con respecto al mundo del arte en general, y especialmente al arte que se manifiesta como espectáculo.

El arte, al dirigirse a los sentimientos en forma más o menos directa, gracias a su carácter de comunicación sensible y gracias a su variedad de representaciones, constituye un terreno ideal para las más variadas posibilidades de identificación por parte de los espectadores o admiradores, permitiendo la consiguiente catarsis.

Naturalmente, el arte no es el único terreno propicio para la identificación, porque cierta clase de instintos o conflictos reprimidos encuentran posibilidades de descarga más eficaz e inmediata ante otro tipo de manifestaciones.

Es el caso, por ejemplo, de ciertos espectáculos deportivos, que dan lugar a verdaderos fenómenos colectivos de identificación (se dice «mi» equipo de fútbol, etc.) con la consiguiente catarsis de envidias, odios, y, en general, sentimientos de violencia de una pugna o torneo. Cualquiera puede hallar otros ejemplos adecuados en las costumbres actuales.

sábado, 13 de agosto de 2011

La Pareja - educación de maridos


Como hemos apuntado anteriormente, entendemos por «educación doméstica» el hecho de enseñar al marido a ayudar en los trabajos de la casa, y, lo que es más difícil, convencerle para que «se deje enseñar» a realizar estos menesteres.

Desde que el ser humano se hizo sedentario, hace muchos millares de años, los varones y las mujeres se repartieron el trabajo de la siguiente manera: el varón salía a cazar y a pescar para conseguir los alimentos fundamentales, y la mujer permanecía en casa al cuidado de los hijos, de los animales domésticos y de las tierras, en las que se empezaba a cultivar algunas plantas. En el hogar la mujer se ocupaba también de tejer, de fabricar utensilios de cerámica, etc.

Ha llovido mucho desde entonces. El varón, para vivir, ya no se ve obligado a cazar ni a luchar a muerte con su prójimo por una presa cualquiera. Sin embargo, la mujer sigue en casa. Con lavadora, aspiradora y demás, pero sigue en casa. Y esto no es justo. En una sociedad tan desarrollada industrialmente como la actual, la mujer debería haberse incorporado plenamente al proceso productivo y los enojosos trabajos caseros deberían haberse colectivizado de tal manera que no esclavizaran a nadie.

A la mujer se le ha tendido una trampa, está en un círculo vicioso. Vean si no. La mujer se ocupa de las cosas del hogar porque «no trabaja», y no trabaja porque se tiene que ocupar de la casa. De esto se desprende que si ella no hace un esfuerzo real para que las cosas dejen de funcionar de esta manera, dentro de unos cuantos millares de años más la situaciórf seguirá, en lo que a la mujer respecta, igual que en el neolítico.

Sólo podrá romper las cadenas que la esclavizan mediante al hecho consumado. Si trabaja, si ejerce una profesión, las tareas domésticas se harán solas. Descubrirá de pronto que en vez de lavar la ropa en casa, aunque sea con ayuda de una lavadora, puede recurrir a una lavandería que le devolverá la ropa limpia y seca; descubrirá que comer en los restaurantes es agradable y variado, o que las comidas sencillas que se preparan en casa en un momento son las más sanas y que además no engordan; descubrirá que sus hijos aprenden a desenvolverse solos con gran rapidez y que se vuelven cada día más sociables; descubrirá que el planchado, si compra la ropa con inteligencia, es una actividad que ha pasado a la historia; descubrirá, en fin, que un mundo nuevo se abre ante ella y que, sin saber cómo, se ha liberado de un suplicio absurdo.

¿Y en cuanto a la educación del marido? Pues bien: se hará también sola. Si el varón se considera incapaz de realizar cualquier trabajo doméstico es porque su educación se ha realizado en otra dirección (recordemos que las cocinas, las muñecas, las labores le estaban prohibidas), por lo que se sentiría disminuido en su calidad de varón si se viera obligado a prestar ciertos servicios.

Y, sin embargo, las tareas del hogar no son femeninas en sí, sino que lo son porque hasta ahora las ha realizado la mujer, y esto porque ella, como ser humano de segunda categoría, debía realizar los trabajos menos satisfactorios desde el punto de vista de la realización personal.

jueves, 11 de agosto de 2011

Ropa para Cena de Etiqueta



A fin de poder decidir la más adecuada fórmula para el tocado, cuando se ha de asistir a una cena de etiqueta, será preciso distinguir entre una cena en casa o en un círculo particular, y una cena en el restaurante.

Para la cena en casa será conveniente saber si se trata de una cena fría, de acuerdo con ciertas costumbres americanas ahora muy difundidas, o una cena clásica, con los comensales sentados a la mesa. Consideremos, pues, uno y otro caso.

La invitación a una cena de etiqueta se hace por teléfono, si el número de invitados es limitado, o bien por medio de una cartulina impresa. En el primer caso, si se tiene confianza con la dueña de la casa podremos solicitarle información acerca del arreglo personal, ya que ella dirá, muy probablemente, cómo piensa ir vestida, lo cual podrá servirnos de orientación, pues, según las normas, un ama de casa debe vestir siempre muy elegante, pero con vestidos poco extremados, a fin de no desairar a la que se presente con vestidos demasiado modestos.

Si recibís la invitación impresa y en ella los dueños de la casa han hecho estampar la fórmula «traje oscuro», se puede deducir que las señoras deberán ir vestidas de noche. Si no se ha escrito nada, telefonearemos para informarnos o bien nos decidiremos por un tipo de vestido muy elegante, aunque no específicamente de noche.

Para la cena con vestido de noche se podrá escoger uno largo o uno corto, o bien una de las modernas soluciones de pantalón con casaca o camisa. Este último es, indudablemente, más adecuado para una cena fría que para una clásica.

El vestido largo, que es el preferido por las señoras, podrá ser muy lineal, de corte perfecto, y no deberá ir inútilmente recargado, pues resultaría incómodo y embarazoso en la mesa. En compensación, se podrán utilizar tejidos ricos y de fantasía en el color más actual. Se podrá usar el cady pesado, el crespón de lana o la seda, según la estación, y la faya, el terciopelo, o el raso opaco, en un solo color o en fantasía. Deberán evitarse los vestidos con la cintura estrecha (pues sentados a la mesa, y sobre todo al comer, son verdaderamente incómodos) con la falda excesivamente amplia o con las mangas largas de puños flotantes.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Diferencias en la Pareja


¿Y cómo superar estas diferencias? Pues bien. Ante todo es necesario tener presente que, aparte de la diferencia de caracteres —diferencia que puede ser más o menos acusada según los casos—, existe una diferencia educacional de la que ni hombres ni mujeres son responsables directamente, y que sólo pueden remediar, por una parte, siendo conscientes de ella, y, por otra, mediante un esfuerzo de comprensión mutua y de verdadero cariño.

No hay que impacientarse en ningún caso. Como parece ser que «el predicar con el ejemplo» suele dar buenos resultados, lo mejor es que la mujer, dosificándolas y sin hacerse pesada, insista en sus atenciones y demostraciones de cariño para con el marido de manera que éste, insensiblemente, se vaya acostumbrando a ellas y acabe por corresponder.

Los reproches, las quejas, los dramas y los llantos no hacen más que agravar la situación, pues el marido considera «que no hay para tanto» y se siente vagamente culpable, lo que no contribuye a mejorar la situación sino a empeorarla, porque el sentimiento de culpa le hace reaccionar con violencia y, de esta manera, las relaciones se van haciendo cada vez más tirantes.

Quede claro, por tanto, que lo que hay que hacer es mostrarse comprensivo en todo momento y aprovechar con inteligencia las ocasiones favorables, y saber abandonar la partida cuando las circunstancias lo requieran. En definitiva: el viejo «tira y afloja».

De todos modos, es necesario hacer notar que la actitud del hombre obedece también a otras causas (el trabajo productivo, el tener que enfrentarse con las incidencias a menudo nada gratas de la «lucha por la vida», etc.) y que, por tanto, no es posible que un matrimonio pueda vivir en perpetuo idilio, encerrados ambos esposos en una torre de marfil, sin contacto con el mundo exterior.

Asimismo debe la mujer tener presente que si ella dejara el hogar para trabajar también fuera de Enlacecasa, sus horizontes se ampliarían, disminuiría su necesidad, a veces enfermiza, de afecto, y, por tanto, disminuirían también sus exigencias, y que, al enfrentarse con problemas parecidos a los que afectan a su marido, tendría más cosas en común con él y reinaría entre ambos este compañerismo que sólo es posible hallar entre personas que sienten las mismas inquietudes y que comparten afectos e intereses.

Vemos, por tanto, que si bien suele ser cierto que los hombres se comportan muchas veces de manera egoísta y poco considerada, es igualmente cierto que el universo femenino es demasiado cerrado, y que el hombre puede fácilmente ahogarse en él. Por eso a la mujer le incumbe también esforzarse por estar en contacto con el mundo; saber lo que ocurre, leer, interesarse por la actividad profesional del marido, etc., y también, y esto sería la solución más eficaz, ejercer, aunque sólo fuera durante unas horas, una actividad que la satisficiera fuera de casa, de manera que se relacionara diariamente con otras personas, con lo cual el marido no sería su única posibilidad de incidir en el mundo, ni se vería obligado a llenar, él sólo, el vacío afectivo que, por lo general, se va creando alrededor de la mayoría de las amas de casa.

lunes, 8 de agosto de 2011

Primeras Relaciones Sexuales


En los seres inferiores al hombre, la primera relación sexual tiene lugar cuando el aparato genital alcanza el desarrollo y la madurez necesarios para la reproducción. Aparte del condicionamiento al tiempo y al medio, la madurez sexual es el único requisito para que empiece la descendencia.

En el hombre, en cambio, la madurez física no es la única condición que permite el comienzo de las relaciones sexuales, sino que éstas, como todo acto humano, están ligadas al conjunto de la personalidad, y, por tanto, será también necesaria cierta madurez espiritual.
El hombre y la mujer llegan a la madurez física entre los 12 y los 15 años. Este momento, que en el varón pasa casi desapercibido, está señalado en la mujer por la aparición de la primera regla.

Su presencia indica que se han puesto en marcha mecanismos hormonales que conducirán, luego, a la armonía y equilibrio de todas las hormonas del organismo. Sólo al cabo de uno o dos años a partir de la primera regla (menarquía), la mujer alcanza la madurez necesaria para soportar físicamente un embarazo. Sin embargo, para la primera relación sexual, en la especie humana no se impone sólo este requisito; también se precisa la madurez espiritual suficiente para llegar a entender el verdadero significado del acto y su relación con el resto de la existencia.

Tema de eterna discusión es la conveniencia de mantener o no mantener relaciones sexuales antes del matrimonio.

La relación sexual es una forma de comunicación, y mediante ella hombre y mujer se integran en la forma de pensar, sentir y vivir como pareja. Es cierto que la relación sexual, practicada fuera o dentro del matrimonio, es un camino para llegar al conocimiento recíproco entre hombre y mujer, mas por otra parte no es éste el único camino para llegar a conocerse. La relación sexual no es imprescindible para que exista una profunda comunicación entre dos seres. Entre individuos del mismo sexo también puede darse una gran compenetración sin necesidad de relaciones sexuales.

De ello se deduce que no es éste el camino correcto para llegar a esclarecer si son aceptables o no las relaciones sexuales prematrimoniales.

El hombre, en el transcurso de su vida y motivado por sus creencias espirituales, contrae determinados vínculos con diversas instituciones. Es así como se explica que existan en la historia de la humanidad innumerables religiones o doctrinas, en las que siempre ñgura un mayor o menor número de creyentes. Es evidente que quien profese una religión determinada por haberse vinculado a ella voluntariamente, también voluntariamente acepta las obligaciones o deberes que ésta le impone. Por ello el mahometano rehusa comer carne de cerdo, aunque le apetezca.

En forma análoga, las relaciones sexuales prematrimoniales están condicionadas por los vínculos religiosos que contraemos. Así, si la religión de una mujer le prohibe la práctica de tales relaciones, ella se verá obligada a no efectuarlas y respetar dicho mandamiento, bajo pena de Tener que aceptar las responsabilidades y consecuencias que le comporte su desobediencia.

Es obvio añadir que un hombre que no profese ninguna religión, o bien que profese una religión que admita amplia libertad en la conducta sexual, una vez alcanzad* su madurez física, sexual y espiritual, no tendrá impedimento alguno para trabar relaciones sexuales cuando encuentre una mujer que comparta su forma de pensar y de sentir.

sábado, 6 de agosto de 2011

Excitación y Culminación Sexual - Parte 2


La predisposición psicológica es tan importante para la relación sexual, que se puede afirmar que no es posible llegar a una relación sexual sana si no se participa en ella positivamente, es decir, con un estado de ánimo favorable.

En primer lugar es necesario que exista entre los dos miembros de la pareja un conocimiento y una confianza recíprocos, aun cuando esta confianza puede verse dificultada, por ejemplo, si para aquel hombre o aquella mujer el acto sexual o la simple desnudez representa un hecho vergonzoso. La vergüenza es el principal causante de que, en la mayoría de los casos, las primeras relaciones sexuales no se realicen normalmente. Es una vergüenza absurda por no tener una base real, pero es experimentada por muchas parejas, dando lugar a que la relación sexual no llegue a su plena culminación; pasado un período más o menos corto de tiempo, lo normal es que se superen tales sentimientos.

Otro factor importante que entra en juego en este tipo de relaciones, es la tranquilidad de ánimo con que se llegue a su realización. Cualquier hecho o factor que sea capaz de motivar una tensión nerviosa obstaculiza el apaciguamiento mental, condición necesaria para la entrega mutua entre hombre y mujer, entrega cuyo fin es alcanzar los placeres físicos y espirituales de una sexualidad bien entendida.

Se comprenderá fácilmente la gravedad de las dificultades que deberá soportar una pareja cuando ambos miembros, o uno de ellos, no acepten (o no deseen) los placeres sexuales. Este hecho se da más frecuentemente en la mujer, quien a menudo no admite una completa entrega al disfrute sexual por causas extrínsecas a ella. El rechazo, agravado por el hecho de que la morfología del aparato genital femenino permite la relación aunque no haya deseo, motiva gran parte de las frigideces femeninas.

Las primeras relaciones sexuales están casi siempre dificultadas por la serie de tensiones emocionales que hemos visto, tensiones que, en general, se manifiestan como vergüenza a la desnudez y rechazo de lo sexual. Estos fenómenos, sin embargo, quedan eliminados una vez transcurrido el tiempo necesario para que la pareja se relacione íntimamente, logrando, tanto el hombre como la mujer, una predisposición adecuada para el disfrute espiritual y físico del sexo.

jueves, 4 de agosto de 2011

Excitación y Culminación Sexual - Parte 1


La excitación sexual se produce por la presencia de estímulos capaces de activar el aparato genital. Dichos estímulos pueden tener innumerables orígenes, pero en general proviene de causas físicas o psicológicas.

La estimulación de cualquiera de las zonas erógenas es capaz, por sí sola, de poner en marcha los mecanismos fisiológicos necesarios para la excitación sexual.

Pero no son éstos los únicos estímulos capaces de desencadenar una respuesta sexual. Las sensaciones que provienen de todos los órganos de los sentidos: oído, vista, olfato, gusto y tacto, en un momento dado pueden sexualizarse, siempre que exista una predisposición psicológica para ello. Las caricias en la mejilla efectuadas por la madre o por el compañero, si bien físicamente son idénticas, difieren mucho por su efecto psicológico, hasta el punto que en el segundo caso pueden adquirir matices sexuales.

Otras veces la excitación sexual puede producirse por efecto de un recuerdo o un pensamiento que aflore y haga revivir momentos sexuales pasados. Son éstos los estímulos psicológicamente puros, capaces de provocar una excitación sexual prescindiendo de las sensaciones facilitadas por los sentidos.

Si bien todo proceso mental puede actuar sobre nosotros al aumentar o exaltar cualquier estímulo sexual físico, frecuentemente se observan fenómenos contrarios, es decir, disminuciones e incluso aboliciones de toda la sexualidad. De este modo se explica que la estimulación de un centro erógeno pueda desencadenar una sensación de repulsión en lugar de una actividad sexual, por ejemplo, cuando no es efectuada por el compañero sexual sino por un desconocido. Las impotencias sexuales, tanto del hombre como de la mujer, tienen casi siempre su origen en fenómenos de índole mental.

martes, 2 de agosto de 2011

Matirmonio - Eduación del Marido


Qué poco preparados llegan por regla general los hombres al matrimonio! Por ello, y para facilitar la educación de los maridos, se han escrito estas páginas, divididas. para mayor claridad, en tres apartados que corres-rorden a la educación de la afectividad (enseñar al marido a ser cariñoso), a la educación doméstica (enseñarle a colaborar en las tareas del hogar, o, como mínimo, a no obstaculizarlas) y a la educación sexual (hacerle comprender que también la mujer experimenta necesidades de este upo y que del satisfacerlas o no depende en gran medida su equilibrio psíquico y su felicidad). Es realmente difícil, cuando de «educación del marido» trata, saber por dónde empezar.

¡Existen tantas cosas, pequeñas cosas que una mujer desearía cambiar de su mando! ¿Y cuáles son esas cosas? «¡Oh, quisiera que mi marido fuese más atento conmigo, que se interesase más por mis problemas,- que me consultase más a menudo, que me hablara como cuando éramos novios, que fuese más cariñoso, que me llevara más a menudo a cenar fuera, al cine...» Estas cosas y otras parecidas acostumbran a responder la mayor parte de las mujeres cuando se les pregunta a este respecto. Y si nos fijamos bien, todos estos deseos o velados reproches pueden reducirse a un solo problema: el de la afectividad.

La educación que se da a la mujer tiende a convertirla en un ser dulce, cariñoso y lleno de atenciones para con los demás. A la niña se la educa sentimentalmente. En cambio, al niño no. Desde su más tierna edad oye aquello de que «los hombres no lloran», se le dan juguetes bélicos y se encuentra, además, con una serie de prohibiciones sociales que le impiden jugar con muñecas, hacer comidas, «labores», y, en general, toda una serie de actividades que siempre han sido consideradas femeninas.

Teniendo presente estas cosas ya no podemos extrañarnos tanto de que al hombre adulto le cueste tanto mostrarse «cariñoso», y más en público, puesto que, dada la mentalidad absurda que impera entre nosotros, estas demostraciones de afecto podrían suscitar comentarios como los siguientes: «es un calzonazos», «se le cae la baba por su mujer» y otros parecidos, que, como es lógico, habrían de herir profundamente al marido.

Por todo esto, y porque no hay que olvidar que la afectividad es el resultado de una educación determinada, la mujer no debería hacer responsable a su marido individualmente de este defase emocional, sino darse cuenta de que lo que ocurre es que la diferente educación que ha recibido es causa de esta especie de inhibición afectiva. Por otra parte debería comprender que también a él puede chocarle su manera de comportarse, hasta el punto de considerarla a veces «pegajosa» o «pesada», y sentirse algo cohibido ante sus muestras de cariño.